lunes, 12 de julio de 2010

H.A.Murena o la versión contemporánea del eterno retorno


Entre las lecturas –o libros- inexplicablemente dejados “en suspenso” durante tantos años (aunque se intenta un conato de explicación en El tiempo de los libros) están los de H.A. Murena, escritor y pensador notable además de poeta igualmente notable. Pero aquí, quiero decir en su caso, no soy por cierto el único que ha incurrido en pecado de lesa dilación; no sé por qué, si no es ya por esas arbitrarias modas de la literatura, este autor ha sido no diría olvidado pero sí en términos generales postergado y relegado. Cuando estaba en su mejor momento, cuando El pecado original de América era un texto difundido, debatido y lo que hoy se llamaría un best seller (entonces también, sólo que ése no era todavía el principal parámetro de valoración) me resistí a leerlo justamente por eso: por estar de moda y por estar yo en contra, por principio, de todo diktat cultural (por lo cual siempre he ignorado sistemáticamente los best-sellers, por supuesto sin perjuicio de leerlos mucho después habiendo dado lugar a la prueba del tiempo –así se trate de un periodo relativamente modesto- para apreciar entonces cómo una vez extraídos del ruido y del furor ganan o pierden sustancialmente). Hecha esta salvedad liminar procuraré comunicar simplemente mis impresiones sobre la obra de Murena y las primeras se refieren a esa novela excepcional en más de un concepto titulada La fatalidad de los cuerpos.


“También allí, en ese último refugio que era su carne, se había infiltrado la irrealidad". (1)



Y que es nada más ni nada menos que el intento de una formulación de la ausencia de la vida, es decir, de esa vida que se cree vivir mientras se está esperando siempre otra cosa (y esa otra cosa es siempre y obviamente la no-vida o la muerte pero no es la que creemos así como nuestra vida no es tampoco la que creemos vivir). Desde este ángulo no es posible sustraerse a la evocación del Thomas Mann de La montaña mágica; en efecto, hay una similitud notoria de “climas” y en ambas obras los personajes son secundarios, casi podría decirse que meros soportes o pretextos para una elaboración muy personal y agónica de una intelección (el término es, desde luego, excesivo: más bien un enfoque aproximativo) del devenir existencial, que al cabo lo es todo menos devenir y existencial porque la única certidumbre a la que se llega en ambas obras (acaso la única a la que puede llegarse, comprendida la historia íntegra de la elucubración metafísica y de sus variantes o, lo que es lo mismo, de sus fracasos) es que, justamente, no existe la menor certeza sobre nada que no sea en definitiva la disolución y la trampa; la trampa en que se cae una y otra vez al pretender o suponer que se entiende lo que nos va sucediendo: es decir ese supuesto “devenir” según una concepción prefabricada que se revela a la postre, como era dable esperar, totalmente falsa y, peor aún, totalmente inútil. Pero el talento de Murena para ir creando ese clima, clima banal e insignificante en que está inmersa toda vida pero que perversa e irónicamente para esa vida lo es todo, es en verdad innegable.



“Así era: no por vejez, no por enfermedad, no por mera deducción lógica del curso mortal de la naturaleza, sino por una inexplicable irrupción, indicando al fin que la salud no había querido decir vida ni la enfermedad muerte, que el supuesto pecado no había sido agravante ni la supuesta virtud atenuante.” (2).



Esta novela notable abunda en aciertos y reflexiones profundas. En particular: cómo la vida y la muerte parecen ponerse de acuerdo en el cerco que se va estrechando en torno a Alejandro, cómo éste intenta huir, cómo finalmente muere pero de la forma más inesperada (por un tonto traspié al bajar del subte) cuando ya se aprontaba a inaugurar otra etapa en su existencia. Como si todo el juego previo sólo hubiera sido concebido y elaborado para desorientarlo (o el sinsentido fundamental de todo). Y en ese escenario del absurdo sobresale la escena más lograda y que acaba de conferir su “sentido” esencial a la obra, aquélla en que Max, el perrito abandonado, va corriendo detrás del tranvía, ladrando hasta el agotamiento. O la representación patética de la vida fiel que uno mismo aparta de sí en un acto tan egoísta como inconsciente y sobre todo irreparable. Y del que, huelga decirlo, muy pronto se paga con usura el precio.

Siendo ésta la novela de un poeta y ensayista no podía estar ausente una meditación detenida sobre el destino (ya se dijo que la obra entera es un interrogante a ese respecto) pero también de índole sociológica, histórica y política, vgr.: “Se reían. Porque la astucia abre un abismo de falsedad en el mundo, y ese abismo, al cabo de días o de años, lejos o cerca de quienes lo han abierto, tiene que ser llenado con sangre humana” (3) y todavía de manera más enfática en el siguiente periodo que contiene una muy ajustada y ya distanciada visión de las estructuras de poder que el hombre, desde siempre, no ha cesado de crear para su propia pérdida y condena, visión muy propia del autor de El pecado original de América pero más aún del que hacia el final de su vida escribe ese irreverente y subversivo testamento: Folisofía: “Pero uno sigue estando protegido, por supuesto, las leyes siguen siendo escritas en los papeles. Y de un día para otro las monedas bajan, suben, los productos escasean, abundan. Todo para proteger el juego de la sistematización destinado a proteger a todos. Claro que primero está el juego para proteger y sólo después los protegidos. En realidad ¿qué importan los protegidos? Lo interesante es que marche bien el sistema que los protege” (4). En cuanto al ensayo –ya se volverá luego a la narrativa con el último título mencionado- es una indagación tan original como el pecado al que se alude; acaso el reparo mayor que se le pueda hacer se relacione con esa suerte de resolución desde una perspectiva más que religiosa ya casi mística, una teología personal basada en el eje Cristo-Dios (y curiosamente mecanicista y para nada teleológica) y que hace muy difícil seguir (seguir por adherir) a Murena por tal camino; de todos modos es incuestionable que sus referencias y meditaciones son más que valiosas ya insoslayables para una mejor comprensión del ser y la trayectoria comunes americanos, aun cuando prácticamente se centran –y ésta es una de las objeciones que se le hicieron- en el caso argentino. A partir de Poe como figura arquetípica de lo no europeo, del descastado por excelencia se va construyendo una interpretación de la creación literaria y cultural y luego histórica en tanto que empresa acometida desde el exilio, esto es, desde la colonización cultural europea pero sin el reconocimiento de ese origen, vale decir europeos trasplantados que ya no son europeos pero tampoco son naturales de sus nuevos territorios y en resumidas cuentas su desarraigo es total; Poe sería entonces el primero que percibe y expresa abiertamente esa orfandad y que escribe su obra a partir de esa constatación (5). Así el pecado original de América sería como una segunda versión del pecado original bíblico, duplicado en América por la inexistencia de una tradición civilizadora, más aún, cultural y equivalente en la ocurrencia y como ya se dijo a la tradición religiosa.


“Como esperanza que se ha decidido que sea, América está mantenida en espera al borde de la vida. Lo terrible es que esta espera se realiza, que esta falta de vida vive” (6).


Es evidente que el autor al hacer su diagnóstico –por lo demás acertado y que conforme va pasando el tiempo se puede seguir suscribiendo sin reservas- necesita a toda costa oponer algo al materialismo grosero y excluyente que denuncia y ve la salvación en esos valores religiosos que acabamos de señalar pero si es innegable que estas sociedades (con alguna excepción: Estados Unidos pero llevaría demasiado analizarla en este marco; baste apuntar por ahora la singular condición del puritanismo y la condición todavía más singular de la sociedad anglosajona que hace del comercio y el dinero un auténtico credo en modo alguno paralelo sino inserto en el dogma oficial y como principal artículo de fe: representación gráfica y sin duda parcial pero reveladora el lema en el billete del dólar In God we trust) ya nacieron vaciadas de contenidos axiológicos también es cierto que la salida eventual deberá depender de otras variables, amén de ésta propugnada aquí y tantas otras de breve existencia y resultados aún más magros (ni las europeizantes ni las revolucionarias de diversa ideología y metodología ni mucho menos las que reivindican legados precolombinos sumiéndose en un anacronismo quietista por mencionar sólo algunas) variables que en vida de Murena no se vislumbraban ni tampoco hoy por cierto pero que habrán de depender obvia y necesariamente no sólo de las condiciones y el talento sino de las circunstancias tanto externas como internas y de los avatares y cambios temporales; en una palabra, habiendo fracasado hasta ahora todas las posibilidades y experiencias –incluso la religiosa- la vía de la recuperación sigue todavía tan cerrada como ignota. El periodo que se cita a continuación ilustra lo que se ha venido diciendo y es una exposición meridiana del pensamiento de Murena: “Esta idea es producto directo del cansancio histórico del alma occidental y sus consecuencias están a la vista. América es el campo del mundo en el que se puede vivir sin espíritu, en el que el espíritu es una demencia, en el que se ha convenido que todo el esfuerzo humano debe limitarse a lo económico o sea al mínimo necesario para la subsistencia. De este mínimo –como tenía que ser- se ha hecho el máximo y el cuadro de valores que rige la existencia de las sociedades americanas es en su totalidad, aunque se pretende encubrirlo, de índole económica. América es un mundo en el que se está realizando la infernal experiencia de vivir el desatinado sueño de un continente fatigado, harto de la vida” (7).

Se examinan a continuación las obras de Hawthorne y Melville y después las de Horacio Quiroga, Martínez Estrada, Roberto Arlt, Florencio Sánchez, Borges, Marechal y Mallea, entre otros y desde luego también las de algunos norteamericanos contemporáneos tras pasar revista a los exiliados europeos como Rimbaud. En resumen y como ya se anticipó este ensayo tiene hoy tanta vigencia como en su momento y conviene tenerlo muy en cuenta, sea cual sea la visión de la que se parta, por su aporte considerable en los enfoques, las ideas y la investigación. Resulta curioso cotejar la cita con la que se cierra este apartado con las anteriores porque aquí Murena cede (o tal vez más simplemente permite que se exprese) a una verificación no tanto desesperanzada cuanto realista, realista desde una dimensión histórica y como tal absolutamente incontrastable y que bien mirado y después de todo no está muy lejos de la noción arcaica del mito del eterno retorno (la repetición infinita y la inanidad infinita de los ciclos): “Cada visión del acaecer tiene así su relativa validez, sirve para regir a los hombres durante cierto tiempo, pero al fin se revela como inexacta y debe ser sustituida por otra: por esa ignorancia del sentido último de sus propios actos se ven los hombres condenados a destruir y rehacer constantemente la crónica de la humanidad, condenados a la íntima persuasión de que también la última es errónea y tendrá que ser reemplazada” (8).


. Nadine Gordimer decía que había que escribir como si uno ya hubiera muerto y pocos habrán llevado a la práctica y al pie de la letra semejante fórmula como Murena en Folisofía, título que deriva del francés folie: locura, término que también existe en otras lenguas como el inglés y el italiano y la intención es obvia con el añadido de sofía: sabiduría o sea una perfecta contradicción que remeda desde la irrisión a la filosofía. A partir pues del título mismo se instaura un clima de mofa, más, de escarnio e irreverencia proclamando a voces que la obra es subversiva pero subversiva de una manera demoledora; nada se salva ni se deja en pie empezando por el lenguaje mismo que se descompone y corrompe (en un proceso acelerado e intencional que es réplica del otro decantado por el tiempo social e histórico) hasta las instituciones bases de la sociedad y por supuesto el mismo ser humano despojado de toda complacencia e idealismo y expuesto en toda su grotesca y detestable naturaleza. Sí, es la obra implacable y corrosiva de alguien que está muriendo pero que escribe como si ya hubiera muerto. La impresión dominante es que se ha cumplido un ciclo (para retomar la noción anterior) con todo lo que eso entraña de irrevocable y en consecuencia de aquel Murena otrora razonable e idealista no ha quedado nada; ha sido reemplazado por, justamente, uno de esos exiliados mencionados supra pero en versión extremada: no extrañado de la cultura ni de ninguna otra frontera humana sino de la vida misma. Ciertamente todavía le queda el humor pero este humor no es aquel que rescata sino el que está cargado de vitriolo, es un humor revulsivo cuya sola función consiste en contribuir a la ahora obsesiva empresa iconoclasta. Y se sirve para ello de un recurso eficaz: nada menos que la recuperación de la picaresca española en su vertiente más cruda pero que es la que subyace en y que conforma efectivamente el sustrato del lenguaje. Consciente de ello Murena no sólo la exhuma sino que la reinventa. El resultado, como es fácil prever, primero es desconcertante y después francamente perturbador; a guisa de ejemplo: “Como con ternesa y sonrisilla y carisia y arrullo, mas inesorables, parloteando y tirando y golpeteando y retorsiendo, iban las mojieres dejando a los hommes en el adentro vacíos y luego, igualitos a los que fueran ¡marchaban por el mundo embalasamados y peremidos!” (9). El legado del dialecto de Picardía se explana en algún momento pero esa precisión se escamotea en el juego (mester de joglaría) reiterado y potenciado de la befa y el humor, como otra vuelta de tuerca: “¿Sabéis en cuánto tiempo se emparejó con ese idioma hispánico para ella desconocido? En dos semanas: al mes sonaba como refranero vivo. Al año, disionario de utoridades” (10). En la misma página sigue la desopilante descripción de la madre que recuerda desde luego a la que hace Cervantes de Maritornes, sólo que aquí se cargan mucho más las tintas y donde en Cervantes hay una mirada compasiva y simpática detrás de la risa en Murena la intención es feroz, despiadada y, hay que reconocerlo, no menos efectista. Esa mescolanza idiomática, esa especie de cocoliche que imita el argot (hay también trazos del lunfardo) es sin duda un instrumento idóneo aunque al final concluye por perder de vista su objetivo en la reiteración un tanto abrumadora y por fuerza debilitada en su invención y eficacia. Y en otro orden no puede pasarse por alto el auténtico leit-motiv y como tal recurrente: la obsesión por el otro en uno, es decir, el doble. La proyección no formulada pero que permanece en cada uno desde el principio hasta el fin como compañía no deseada y que como tal alimenta una vida solapada y en sordina cuyo poder y alcances jamás se llegarán a conocer a ciencia cierta; Murena expone esta condición de un modo tan gráfico y eficaz como ejemplar y en este aspecto no hace sino seguir una tradición añeja pero desde un sesgo y con un toque personal y valiéndose de un hallazgo más que feliz, a saber: contar simplemente la intrusión del doble y la urgencia de evadirlo exactamente como un cuento, esto es, narrarlo desde una situación física y palpable: “Estonce, en llegando la jornada que yo me sabiba e él inoraba por compeleto, aspeté a que los síntomas por junto indicásenme que el intruso esestente hallárase destraído e más bien llevado a calquequier otra parte. Y en el menuto esato en que ello acómplese sálgame yo coal rayo partido con ventaja en la toromenta e córrome e córrome a me esconder en un cuartucho escuro donde me encerro” (11). Evidentemente el “cuartucho escuro” representa la sede supuesta de la personalidad o la plataforma desde la que se va erigiendo el que creemos el yo: guarida tan ilusoria como lo que pretende esconder o proteger –el otro siempre termina por hallar a ese yo oculto y el drama repetido una y mil veces consiste en que nunca se sabe ni se puede llegar a saber cuál de ambos es el intruso y cuál el ocupante legítimo. Y para decirlo todo ni siquiera se puede estar seguro de que ambos no sean un fraude tan ilusorio como ficticio. En este dilema, el mayor y más agónico y tanto más para aquel que enfrenta el cierre de paréntesis que es el morir todo recurso vale, es legítimo (ya se sabe, en la guerra como en el amor…y sus reflejos especulares en la vida y la muerte) y se echa mano entonces de lo sicalíptico (la sombra de Sade) y lo escatológico en sus dos acepciones, lo que está más allá de lo humano (el mundo de ultratumba) y lo que está más acá (lo excrementicio o sea lo humano por excelencia): “Clar que érase que bajo la másquera yo disparecía. E disparcido liberábame de la esestensia vile et aleve que tortorábame e con la que recordáis forxado conciliéme. Y en más, oh miráculo soave, líbire que era de la esestensia, contrábame de vuelta con el antigo sere anterior de mí mesmo. Ansí desesestido pero siente, contempelábame en el especo et con vere la mi aria folminante sentíuame inorme, osoluto, un Deus” (12). Sí, despojado del yo y devuelto al yo subyacente y mísero afligido de sí mismo sólo se puede optar por la última pirueta: confundirse (elegir confundirse, como el acróbata elige el salto mortal sin red consciente de la temeridad absurda de su bravata y sin embargo preso de su lógica demente) con dios, un dios risible, patético, que debe asumir ya mismo, apenas enunciado, su disolución. Murena ha hecho su último esfuerzo, lúcido y señero (en sus dos sentidos: solitario y excepcional) y con Folisofía se despide dejándonos un mensaje equívoco (el único posible, por lo demás) que nos dice nada y nos dice todo: la mueca de un payaso conmovedor que se cree dios; la mueca de un dios que desde su imposible trascendencia se ve condenado a fundirse y confundirse con la máscara tragicómica que remeda el rostro humano.





(1)- H.A. Murena- La fatalidad de los cuerpos- Monte Avila Editores, Caracas, 1975. pág. 56.
(2)- H.A. Murena- La fatalidad…pág. 285.
(3)- H.A. Murena- La fatalidad…pág. 144.
(4)- H.A. Murena- La fatalidad…pág. 203.
(5)- “Porque con Poe se anuncia por primera vez en Europa una voluntad real de aniquilamiento en nombre de la salvación del alma”. El pecado original de América, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1965, pág.26.
(6)- H.A. Murena- El pecado…pág.49.
(7)- H.A. Murena- El pecado... pág. 47.
(8)- H.A Murena- El pecado… pág. 162.
(9)- H.A. Murena –Folisofía- Monte Avila Editores, Caracas, 1976 –pág. 18.
(10)- H.A. Murena –Folisofía, pág. 9.
(11)- H.A. Murena –Folisofía, pág. 31.
(12)- H.A. Murena- Folisofía, pág. 85.