lunes, 28 de marzo de 2011





Súplica por la palabra (*)








Cae una lluvia de meteoritos pero son ácidos, se cuelan en la sangre como metralla y el dolor es imposible y también aceptable: en algunos instantes placentero entre los aullidos. Y me digo ésta es la vida y abro la boca para que entren más y más guijarros ardientes en la esperanza de volverme una estatua ígnea, una réplica del sol que allá sigue consumiéndose para nosotros y no sé a quién alumbraré ni a quién daré calor pero no importa –el tiempo de las preguntas ha pasado, el tiempo de las respuestas también porque ya no interesan para nada. Y ahora de pronto ha cambiado y son soles de hielo que bajan por miríadas y sigo abriendo la boca para que me conviertan en una efigie congelada y apaguen el ardor y la combustión pero al sabor son sal y recuerdo la imagen de sal de una mujer imprudente aunque la razón de su imprudencia no la supo ella ni la sabemos nosotros que sabemos su historia. Pero no miraré hacia atrás ni hacia los costados y ni siquiera adelante y por la simple razón de que no hay nada de eso, sólo el vacío, el fuego, el hielo, la sal y yo. Yo. Yo. Yo. Que escribo esto con una mano hecha sólo de huesos corroídos, con unos ojos llagados de ácido, con una mente inundada de basura y excremento. ¿Seguiré así por siempre? O habrá tal vez alguna otra variación que me rescate, que del hielo haga agua y me ahogue, que del calor haga hielo y me congele, que del silencio pavoroso y primigenio haga una sola palabra que yo pueda oír, una sola palabra que pueda llegar a decir con estos labios que cuelgan como belfos pero que esa palabra única no sea Yo, no sea persona alguna ni cosa alguna de las que conozco y aborrezco, que no pertenezca a la tierra, ni a los hombres ni a dios ninguno. Tal vez la palabra aquélla del origen o mejor todavía la del final de todo y que sea yo quien la pronuncie.






(*) De mi libro Ágrafos, publicado en breve por Ediciones Amarna.