jueves, 25 de agosto de 2011

De la historia y las historias (*)



De todas las historias, de la historia toda


escribiré la mía y será un espejo


que pondré delante de aquellos


de aquellos dolientes infinitos


que nunca tuvieron rostro.


Y les diré uno a uno: éste es tu nombre


te llamas hombre, te llamas hombre


y los hombres te han quitado


desde siempre el nombre.




(*) de mi libro en elaboración: Poemas exactos, físicos y naturales.



viernes, 12 de agosto de 2011

Reivindicación del fracaso

Vengo a declarar (no, no es suficiente) a clamar mi condición



Si el sistema social en el que involuciono desde mi primigenio estado larval tuviera una cara (aunque mejor no -no creo ni por un instante que se pudiera sobrevivir a esa visión) se lo gritaría o como rezaba la anticuada y ya poco usitada fórmula: se lo espetaría al rostro. Y es que esa condición antes mencionada es la sola y única de toda unicidad y soledad que cabe reivindicar ante un sistema que exhibe, como una llaga enconada -y es tan sólo uno de los indicios aparentes de su absoluta y mefítica abyección- la capacidad (por decirlo así: hay que ser capaz) de inventar -convendría más fabricar- un término que es peor y mil veces más lapidario que un insulto, un agravio o cualquier mote ridiculizante por ácido y mordaz que sea porque éste es un verdadero estigma. Sí, se trata del ahora ubicuo y ya casi anodino a fuerza de propinarlo loser: perdedor. En verdad estremece considerar sólo un instante la mentalidad (es preciso emplear algún término para designar eso) capaz de abortar semejante concepto; si este sistema (del que, huelga decirlo, nunca he podido salir -ni tampoco los demás, es decir la casi totalidad -con contadísimas excepciones-que son su base y por serlo justamente ni siquiera lo sospechan) contrapone sus así llamados valores (con su cohorte mundana: éxito, suceso, consideración social y todo ello derivado única y exclusivamente del poder y el dinero logrados -como es o debería ser la obviedad misma- a expensas justamente de los innumerables otros seres humanos utilizados y dejados fuera una vez exprimidos y bautizados con el eufemismo marginados) para fundamentar el anterior "concepto" está claro, una vez más, que la sola actitud que pueda tener algún sentido (aunque por supuesto ningún efecto) es la que se adopta ahora aquí, aquí y ahora, a saber: clamar y vociferar desde los mismos techos que yo también soy un perdedor, un fracasado, un malogrado, un vencido. Y que por serlo y a mucha honra soy solidario de todos los parias de este hipócrita y envilecido régimen de castas y me sustenta un último vestigio de sueño libertario, más aún (y menos ambicioso, al cabo) un último vestigio de algo que en otros tiempos no tan lejanos se llamaba lo humano y que la gangrena amnésica segregada sin desmayo por este sistema ha terminado por erradicar del uso (y del sentido) común.










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miércoles, 10 de agosto de 2011

El Club (*)

Hacia fines de la década de 1960 se reunieron en una pequeña y retirada ciudad europea los hombres más poderosos de la tierra. Algunos tenían fortunas colosales, otros poseían la mayor parte o la totalidad de empresas multinacionales con diversificados y múltiples intereses; otros aún poder político o bien un considerable ascendiente espiritual o religioso. Asistieron también sus asesores (podría decirse que su hueste abarcaba todo el saber de la época, como una nueva Enciclopedia; sus competencias iban desde las ciencias y las tecnologías hasta las disciplinas humanísticas, políticas y socioeconómicas) y tras largas y exhaustivas deliberaciones se sentaron ahí las bases de una asociación muy estrecha y -huelga decirlo- exclusiva. Y como se vería andando el tiempo de una eficacia implacable.


Se dieron por nombre Club de la Opera Omnia y acordaron repetir estos encuentros cada año, manteniendo al principio una norma de rigurosa discreción que derivó después a un absoluto secreto -tal vez el más celosamente guardado que nunca haya existido.



La idea original (desde su exposición inicial ya perfectamente concebida en sus aspectos fundamentales) se debía a un oscuro científico alemán refugiado en los Estados Unidos al término de la guerra (en realidad y como tantos otros un ex colaborador nazi) y empleado a la sazón en un importante centro de investigaciones financiado por una compañía petrolera transnacional. Cierto día el susodicho científico (en adelante el Dr. Kaf) solicitó ser recibido por el presidente y virtual propietario de la empresa. Traía una propuesta. A la mañana siguiente fue designado asesor personal de la presidencia, cargo que entre otras cosas le permitía acceso directo y permanente a su titular. En síntesis la propuesta consistía nada más y nada menos que en otro plan de dominio planetario. Pero no uno más, sino éste, con variantes únicas y decisivas. Y es que el Dr. Kaf, desde su modesta oscuridad científica había observado, lo mismo que otros muchos, el hecho sin precedentes y entonces en franco afianzamiento del acelerado e imparable adelanto científico y tecnológico en prácticamente todas las áreas. En efecto la humanidad había liberado la energía nuclear, llegado a la luna, todavía se mantenía la formidable sombra intelectual de Einstein, se realizaban ya trasplantes de corazón, comenzaba de pleno la era de la informática, la computación electrónica, la genética, la comunicación, etc. Kaf vio asimismo (que los demás no) las infinitas posibilidades que se abrían, por primera vez en la historia a una voluntad de dominio coordinada y resuelta. Pero no desde -y al servicio- del mediocre y transitado delirio del poder por el poder mismo o para vanagloria y provecho personales e inmediatos sino con una meta de ambición y envergadura tales que cualquier imperio anterior y el sueño mismo de los alquimistas quedaban en comparación reducidos a inocuos e insípidos juegos de párvulos. No obstante para ello resultaba imprescindible el concurso de determinadas condiciones; en primer término una arrolladora y sostenida tarea preparatoria, sin desmayos ni urgencias, que se debería ir realizando y verificando por décadas. Luego la suma -como ya se apuntó- de todos los poderosos, pero sólo de los realmente poderosos entre los poderosos, aglutinados en pos de este objetivo y sin posibilidad de retroceso o renuncia. De hecho no se produjo ninguna defección porque la recompensa esperada era tal que volvía virtualmente imposible hasta la idea misma de deserción. ¿Qué recompensa? Pues la aludida: la conquista de otros mundos y el logro del más caro anhelo: una existencia individual casi eterna. El Dr. Kaf demostró en aquel momento y los acontecimientos así lo fueron confirmando más tarde que el Proyecto sólo podía ser factible si se respetaban rigurosamente los términos estipulados de tiempo y concentración de recursos; esto es, que su alcance excedería desde luego y con mucho las vidas de todos los que ahora lo iniciaban pero una vez llegado a su plenitud compensaría con creces en los hijos o nietos y en el caso de aquellos que no dejaban descendencia en la legítima y definitiva satisfacción de haberse encontrado entre los clarividentes precursores. Si se ponían pues todos los recursos del planeta (cosa que hasta aquí no había sido posible) en los diversos proyectos que constituían el núcleo mismo del Proyecto, fase tras fase, se conseguiría, en primer lugar, una aceleración notable de los progresos que normalmente hubieran debido insumir si no centurias sí décadas y décadas y, lo que resultaba todavía más importante, esta misma progresión acelerada acabaría redundando a su vez y por fuerza en resultados más y más extraordinarios y fructíferos, tales que apenas si podían llegar a concebirse. En lo tocante a la prolongación casi indefinida de la existencia (en un principio reservada, como era lógico, sólo a los miembros del Club; después, bien, después se vería qué aconsejaban las circunstancias -que, como ya se sabe, en tales casos aconsejan siempre lo mismo) analizó detenidamente los experimentos y logros alcanzados; entre otros se había podido identificar el factor del envejecimiento, los investigadores habían llegado ya a detener ese proceso en ciertos vegetales; las enfermedades hasta entonces mortales cedían terreno a ojos vista; los trasplantes abrían perspectivas tan insospechadas como promisorias al igual que lo que se denominaba la manipulación genética, etc., etc., por lo que en modo alguno era aventurado sostener que en menos de 50 años se alcanzarían resultados concretos. A continuación pasó a reseñar el punto en que se hallaba la exploración espacial y brindó un informe particularmente detallado sobre los satélites y sus diversas aplicaciones futuras, comprendidas todas las formas de espionaje, incluso el doméstico del ciudadano común, demostrando igualmente la bases reales y los progresos que cabía sensatamente esperar. Señaló por último un aspecto no menos capital: la fatiga y deterioro extremos del planeta; la contaminación ya irreversible, el agotamiento de los recursos , la pesadilla demográfica. Resultaba mil veces más económico y rentable encaminar todos los esfuerzos a la búsqueda y obtención de otros asentamientos en el universo dejando de lado resueltamente y abandonando a su suerte un hábitat condenado (no lo podía prever entonces pero la alteración radical que acarrearía la irrupción de otras formas de la economía, impulsadas justamente por Ellos (el Club) en los hábitos y comportamientos (sobre todo del consumo) de las poblaciones supondría un freno brutal al proceso de deterioro. Pero, claro está, incluso así el saneamiento llevaría aún mucho más tiempo y es más que dudoso que este tipo de consideraciones hubiera modificado la trayectoria decidida). Concluyó manifestando que llevar a la práctica esta proposición sería tanto como si se hubieran podido hacer coincidir en una misma época los imperios de Gengis Khan, Alejandro, Julio César, Carlos V, Napoleón, Inglaterra, Hitler y los Estados Unidos pero todos y cada uno actuando (gracias al rápido y prodigioso desarrollo y perfeccionamiento de las comunicaciones) de manera simultánea y coordinada. Asimismo puso como ejemplo de este tipo de estructuras (el Club) al papado cuyo éxito a lo largo de la historia se había debido fundamentalmente a que se basaba en la supremacía absoluta e incuestionable del fin perseguido, a saber, el poder material y espiritual y su conservación y acrecentamiento permanentes y a que se renovaba por medio de individuos aptos y específicamente entrenados elegidos por cooptación (por consiguiente exento de las graves desventajas de las monarquías hereditarias) que al no tener intereses personales más allá de los límites de su propia existencia trabajaban y obraban -como eslabones- de manera real, verdadera y eficaz en pro del mantenimiento y constante incremento de dicho legado.
Así dio comienzo el planificado saqueo y vaciamiento sistemático de los países, con la complicidad

de los dirigentes locales que, como de costumbre, ignoraban y continuaron ignorando el auténtico sentido de esta razzia de nueva especie, atribuyéndola (obviamente juzgando como quienes eran y con arreglo a todos los antecedentes conocidos) a las sólitas codicia y rapacidad aunque infinitamente más voraces e insaciables. En rigor y con mayor propiedad correspondería hablar de trasvase, pues todo iba a parar conforme llegaba a los proyectos del Proyecto. Naturalmente se procedió de diverso modo según los países; en aquellas áreas geopolíticas seguras (por larga tradición y práctica en el sometimiento y la indefensión) se hizo "limpieza" en una muy vasta escala persiguiendo, torturando y asesinando todo lo que pensara o pareciera inclinado a ello, instaurando así un propicio clima de terror e inseguridad que volvía más "maleables" y átonas a las poblaciones; en aquellas otras áreas más críticas y que, por ende, requerían el empleo de guantes blancos se fomentaron y plasmaron cambios políticos traumatizantes, llevando al poder, es decir, al ahora aparente poder, aquí, por ejemplo, a la supuesta izquierda, allá y más allá a una inédita laya de personajes que introducían una degradación deliberada y sumamente corrosiva desde los más altos cargos, como el caso de un histrión mediocre, caduco y arterioesclerótico que ocupó la presidencia del país más adelantado o el de una zafia y primitiva marimacho a quien se confió la primera magistratura del país europeo satélite más obsecuente para con el dicho país más adelantado (los demás siguieron en la acostumbrada zaga simiesca) o bien se recurrió donde hizo falta al consabido expediente de atizar guerras localizadas o armar revoluciones nacionalistas, religiosas, etc.


Comenzaron entonces a producirse curiosos sucesos que muy poco tiempo después devinieron fenómenos usuales; empresas, bancos, fábricas que hasta esta mañana eran sólidos y confiables de pronto quebraban y cerraban. Sin importar el lugar, la trayectoria ni el tamaño cesaban en un momento y quedaban en la calle cientos, miles de trabajadores. En todos los países sucedía lo mismo y sus dirigentes y políticos se desgañitaban prometiendo una y otra vez la creación de nuevas fuentes de trabajo, el establecimiento de nuevas fábricas y empresas. De tarde en tarde se anunciaba a bombos y platillos alguna inversión extraordinaria y mirífica que se traducía al cabo en una raquítica planta secundaria para 50 empleados y que era inaugurada en medio de festejos y estruendosa publicidad en la misma ciudad que ayer había presenciado la enésima manifestación por otro abrupto cierre que añadía 700 trabajadores a las filas del desempleo. La causa verdadera -obviamente escamoteada a las víctimas- radicaba en que ya no importaba el trabajo; por primera vez la generación de la riqueza no tenía como eje el trabajo ni como destinatario último al consumidor y en consecuencia ahora sobraban las tres cuartas partes de la humanidad. El increíble y vertiginoso desarrollo de las comunicaciones y tecnologías conexas había hecho posible el intercambio instantáneo a nivel planetario (cabe señalar de paso que ya desde principios del decenio de 1980 lo había vaticinado -una vez más- muy acertadamente el benemérito Dr. Kaf). El mundo se había ido convirtiendo en una gigantesca bolsa de valores, una frenética e incesante timba en la que se hacían y perdían inmensas fortunas en horas; dicho en otros términos la economía se había vuelto especulación pura. Esta novedosa forma de originar y acumular recursos ofrecía además la innegable ventaja de la celeridad y la disponibilidad inmediata. En consecuencia todos los proyectos recibían un flujo constante e ininterrumpido que a su vez y lógicamente redundaba en progresos cada vez más espectaculares que a su vez...y así sucesivamente. En lo que atañe a las poblaciones sacrificadas era éste un efecto ya descontado, como se señaló; pero durante la ejecución del programa habían cambiado sensiblemente la velocidad y el ritmo de la depredación. De todos modos las posibilidades de reacción eran casi inexistentes, desdeñables; aquí y allá alguna esporádica perturbación aislada, sofocada prestamente y es que en realidad había caído sobre ellas como una espesa campana asfixiante hecha de un paralizado estupor. Por ejemplo se había incluso llegado al punto, en un momento dado y por considerarla ya como un estorbo inoperante de dejar desembozadamente de lado la ficticia división política en dos bloques mundiales antagónicos que tan conveniente manipulación de las masas había permitido hasta entonces pero que ahora en el marco del nuevo uniformizado campo global de trabajo resultaba un entorpecimiento. Ellos (el Club) tenían ciertamente otras y muy diferentes cosas en qué pensar. (Quedaban todavía unos pocos de los miembros originales; la estructura se había ido renovando de manera automática sin el menor traspié). El advenimiento del nuevo milenio los encontraba más activos que nunca, más seguros que nunca. Los proyectos iniciales del Proyecto se habían multiplicado en innumerables sub-proyectos; el mundo entero se transformaba en un inmenso laboratorio y campo experimental; los progresos en la medicina, la biología, la investigación farmacológica, la exploración y explotación oceánicas, las industrias químicas; en el ámbito de la física, de las altas matemáticas, la astronomía, la arqueología incluso, etc., etc., parecían no tener límites; las nuevas tecnologías, el láser, las sondas y vehículos espaciales (ya estaba casi concluida la estación espacial internacionasl como plataforma para nuevos y más audaces emprendimientos) sin descuidar por cierto la siempre sumamente rentable industria armamentista presagiaban ya no próximas sino inminentes realidades que ni el mismísimo Dr. Kaf se hubiera permitido soñar en los comienzos.


A fines del decenio de 1990, en vísperas del milenio, el Dr. Kaf murió casi centenario. Con la debida antelación se había procedido a las tareas de laboratorio correspondientes y dentro de poco tendrá lugar la primera clonación. Según sus resultados (se descarta que óptimos) se continuará con una segunda y luego una tercera y así hasta llegar al número ideal porque en realidad Ellos querrían contar con tantos Kaf como fueran necesarios para dirigir -a nivel intermedio- esta colosal y magna empresa y seguir aportando a la misma (ahora multiplicados hasta el vértigo) sus fecundas ideas y lúcidos proyectos. Lo que sin duda se obtendrá en un plazo no demasiado extenso. Mientras tanto en la vasta y soberbia sala de reuniones del Club (mármol, caoba y bronce) en el centro mismo del mantel de la imponente chimenea y desde una preciosa ánfora de plata ("serán ceniza, mas tendrán sentido") el Dr. Kaf continúa tutelando las deliberaciones del exitoso organismo nacido de su inspirado ideal.

Los plazos se han ido cumpliendo rigurosamente y hasta aquí van resultando de acuerdo con lo programado, aun teniendo en cuenta las inevitables interrupciones y los raros fracasos aislados (después de todo todavía es obra humana). Según las previsiones se estima que en breve tiempo los primeros miembros del Club se someterán al tratamiento para detener el proceso de envejecimiento. En una etapa inicial -se hallan ahora entre los 40 y 50 años de edad- se mantendrán inalterados durante unos 120 años, al cabo de los cuales podrán aspirar a una duplicación de ese periodo. Paralelamente se habrán alcanzado sobradamente las condiciones para enviar las primeras colonias interplanetarias. Cuando estén instaladas se cumplirá la última fase del Proyecto: el abandono gradual y definitivo de la Tierra, para entonces transformada en una cáscara vaciada (cada vez más anegada por el aumento del nivel de los mares debido, entre otras cosas, al derretimiento de los hielos polares) habitada por masas retrogradadas y al borde de la extinción reducidas a superficies míseras y estériles.


Cuando haya culminado y se haya revertido la etapa de recalentamiento para dar paso a un mundo deshabitado y glacial, sembrado de volcanes fríos y corrientes inmóviles de lava congelada Ellos regresarán y desplegarán entonces sus inconcebibles medios científicos y tecnológicos creando, en distintos sitios estratégicos, microcosmos autónomos como oasis en los que alumbrarán las formas de vida que hayan decidido conservar. Por hipotético que ahora pueda parecer no deja sin embargo de ser comprensible que desde ya se arroguen la autoría de otro Génesis.




(*)- De mi libro El Bello Sino de Oro, Ed. Alción, Córdoba, Argentina, 2002. págs. 206-211










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