martes, 11 de mayo de 2010

De la mística: Tertuliano


Entre tantas lecturas postergadas a las que hago alusión en El tiempo de los libros estaba la de Tertuliano, de quien había leído allá lejos y hace tiempo un par de obras menores (y recuerdo que entonces las había pareado con la de Anselmo (1)). No se trata de que sienta ninguna predilección particular por los tratados de teología, más bien lo contrario, me parecen soporíferos y ello quizá debido a mi desmesurada afición por la poesía mística (San Juan de la Cruz en primerísimo término, Fray Luis de León y Teresa de Avila y Catalina de Siena en esa órbita) que es también un tratado de teología pero en un orden inconmensurablemente más elevado y espiritual. Tertuliano es un caso aparte, tal vez por esa pasión que en ocasiones lo pone más cerca de los poetas que de los teólogos. Y ya es mucho decir si se tiene en cuenta que fue abogado (en efecto, la abogacía, junto con todo el cuerpo del derecho, es una de las peores lacras que nos ha legado el Imperio romano) y que, como tal, aboga sin desmayo y a punto tal que exaspera reiterando argumentos y seudo-argumentos. Pero cuando olvida por un momento su deformación profesional este cartaginés convertido (siglos II-III d.C.) se vuelve interesante y en más de un aspecto: el histórico, desde luego, por la serie de datos que transmite sobre su sociedad y su época (*) pero también el filosófico y desde luego el literario. Y asimismo el poético, aunque semejante atributivo pueda parecer a primera vista fuera de lugar pero es que esa pasión a la que se aludía lo eleva a veces más allá del ámbito en el que él cree moverse siempre: el de la razón discursiva. Prueba concluyente -entre otros ejemplos- es su conocida expresión (cito el párrafo para no desvincularlo del contexto): “Y el hijo de Dios murió, lo cual es inmediatamente creíble porque es absurdo. Y después de enterrado se levantó de nuevo, lo cual es seguro porque es imposible”. (De carne Christi). Otras versiones sustituyen imposible por ridículo pero sin duda es más pertinente la primera. Este solo periodo es ya un poema místico –contiene la impronta de esa enajenación tan sui generis- pero desde luego sólo se lo puede comentar en el mismo plano en que se expresa, esto es, como una suerte de silogismo por el absurdo. También es atípico Tertuliano por otras características; no perteneció nunca a la iglesia propiamente dicha sino que fue montanista, es decir miembro de la secta de Montán (2) y después fundó su propia corriente: los tertulianistas. Cuando murió seguía apartado de la iglesia “ortodoxa” que sin embargo y por supuesto lo “recuperó” después haciendo de él uno de los padres apologistas. Y asimismo hay que señalar que aunque era sacerdote estaba casado, de lo que existen pruebas irrefutables -San Jerónimo-y sobre todo su propio tratado A su esposa en el que se declara partidario de la monogamia y la castidad y prohíbe a su mujer que vuelva a casarse si quedara viuda pero aquí corresponde precisar que el celibato eclesiástico se instituyó mucho después de la época de Tertuliano. Ahora, tras haber delineado someramente el personaje, volvamos a lo anterior, a la frase citada: se trata en verdad de un curioso juego de malabares mental en el que se está escamoteando no sólo el tan cacareado raciocinio sino el más elemental sentido común y se opta, con una total y desenvuelta prescindencia de toda otra consideración por el más puro y simple voluntarismo (no como doctrina psicológica, desde luego, sino como voluntarismo voluntarioso): será así porque así yo lo creo y lo quiero. Porque ¿en virtud de qué si el hijo de Dios murió y se sabe que es absurdo eso lo hace inmediatamente creíble? ¿Por qué no creer entonces y con la misma soberbia prescindente en todo lo que él refuta: en los rayos de Júpiter o en el cisne fecundando a Leda o en la lluvia de oro que cae sobre Dánae o, para el caso, en la existencia de todo el panteón romano y antes, de su modelo griego? ¿Puedo pensar que es perfectamente absurdo que Afrodita naciera del semen de Urano y en una concha marina pero lo creo porque justamente es absurdo? No parece muy probable que Tertuliano hubiera admitido este argumento aunque para él (y ulteriormente para la iglesia) sí era válido pero en tanto y en cuanto abonara su propia postura (o falta de sustentación de la misma). Otro tanto cabe para el resto: “y después de enterrado se levantó de nuevo, lo cual es seguro porque es imposible”. O sea: se trata de esto, que no puede ser pero es porque a mí se me antoja y punto. O el fundamento final de la fe que se define, justamente, por la sinrazón y más aún, de ella proclama su legitimidad. Pero hay igualmente otros aspectos que merecen ser tenidos en cuenta; se nos hace más próximo Tertuliano cuando enuncia intuiciones (que sí pueden enunciarse) deslumbrantes: “Si no siendo, fuiste, aunque no seas, serás” (3). Y si parece –y lo es- contradictorio no es menos una síntesis fulgurante del misterio mismo de la existencia en la que ya no importa si se basa o no en la religión; cuando se lo medita un instante se percibe su alcance y sus ecos llegan hasta San Juan de la Cruz. O bien cuando formula (pero de manera menos perentoria) algo muy similar al periodo anteriormente citado: “…pero el que tiene infinita inmensidad que no se alcanza este es Dios, que solamente lo comprende su noticia. La falta de nuestra capacidad para definirle, explica la infinita naturaleza de su ser” (4) y que constituye evidentemente esa piedra angular del edificio teológico que por su propia índole no ha podido ir más lejos ni afirmarse más que en sentido negativo, nuevamente: es así porque no se sabe qué es y por lo tanto es eso y la misma insuficiencia del conocimiento es prueba de ello. Este padre (tardío) de la Iglesia (como doctor tardío fue Juan de Yepes) se ocupó igualmente de los más variados asuntos sin desdeñar ninguno por fútil que fuera anticipándose de este modo a las órdenes, en especial a los jesuitas; así por ejemplo Del atavío de las mujeres, donde fustiga las modas, vestidos, adornos y costumbres femeninas resaltando una vez más que deben ser recatadas y modestas. O los opúsculos Del alma, A los pueblos, A Escapula escrito contra el procónsul de Africa y su persecución a los cristianos lo que es en él un tema recurrente y obsesivo ya que, como es bien sabido, es el de su obra principal y más conspicua Apología del cristianismo que lleva el subtítulo: Apología contra los gentiles en defensa de los cristianos (la edición que tenemos data de 1943 todavía con la debida censura). Y ya como conclusión de esta breve semblanza de Tertuliano sirva esta última cita tan sucinta como esclarecedora que no sólo restituye un atisbo de lo que fue la iglesia primitiva sino que condensa –como un motto- la mística (o comunicación directa del hombre con Dios) de su credo y su pasión: “nuestra cena con su nombre se acredita. Llámase en griego ágape, que significa caridad”. (5).







(1)- San Anselmo – La razón y la fe- Editorial Yerba Buena, La Plata, 1945.
(2)- M. Menéndez y Pelayo se ocupa con su tan erudita parcialidad de esta secta al tratar de los priscilianos en su célebre Historia de los heterodoxos españoles, 10 volúmenes, vol. II, págs. 129-132; Emecé Editores, Buenos Aires, 1945.
(3)- Tertuliano- – Apología del cristianismo- (Apología contra los gentiles en defensa de los cristianos).- Editora Cultural, Buenos Aires, 1943; pág.190.
(4)- Tertuliano –op.cit., pág. 88.
(5)- ibid. pág. 160.
(*)- como ejemplo: “La ley que mandaba despedazar a los deudores duró más de 500 años en Roma, porque el año 630 de su fundación Papirio Mujelano y Gayo Petelio Cónsules conmutaron la pena capital en la cesión vergonzosa.” (cesión vergonzosa era la incautación de los bienes del deudor por la justicia). - nota a pie de pág. pág.41 de Apología….









martes, 4 de mayo de 2010

La Argentina malograda

De este suelo, un día nación, hoy mero territorio. O de las promesas agostadas en agraz. Siempre. Con una muy extraña pero infalible facultad para desaprovechar todas las oportunidades, peor, para ni siquiera percibirlas. De los tres íconos mayores, proyecciones en la memoria universal e indiscutibles (aunque sí discutidos, cada uno a su modo y sabor): Gardel, Eva Perón y el Che Guevara, todos murieron en la flor de la edad, todos cuando aún faltaba lo mejor y lo mayor por hacer y de las más variadas maneras: accidente aéreo, cáncer, asesinato camuflado. Y antes que ellos siempre los mejores segados y obviamente los peores que se enseñorean y rigen y es éste su país; desde Castelli, Moreno o Belgrano hasta los que terminan fuera, excluídos: San Martín, Rosas. Pero de entre los peores surge de pronto el prodigio de Borges, verdadera anomalía por su origen pero que no alcanza para romper ese círculo de hierro: tras el Nobel sin obtenerlo (en realidad un Nobel sin Nobel, un país sin país, una sociedad sin sociedad, un Estado sin Estado, etc., etc.). Todos tan argentinos en su sino malogrado: todos sin ver la realidad o combatiéndola, que es otro modo de no verla y con el único resultado de acabar haciendo al cabo el juego de las tenebrosas, grises mentes que nos han conformado, por fin, a su imagen y semejanza.
PS: y país de suicidas y de extrañados: los dos mayores escritores del siglo XX, Borges y Cortázar. El primero en un gesto harto elocuente decide ser enterrado en Ginebra; no se puede ser más explícito en el rechazo y el segundo vivió y murió en su exilio parisino. Y no hay que olvidar tampoco a Alfonsina Storni, Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Alejandra Pizarnick. Y fuera ya de las letras si se lee (o relee, que es muy recomendable) la carta de despedida de René Favaloro sólo se puede sentir una humillada vergüenza compartida por este suelo y estas gentes.