miércoles, 20 de marzo de 2013

Juan Larrea y el surrealismo latinoamericano (*)




Se llevan a cabo en estos días diversas actividades en conmemoración de Juan Larrea, una de las figuras más relevantes en la poesía (y la literatura) española. En concordancia reproduzco aquí el texto de una entrevista realizada en su casa de Córdoba, en noviembre de 1973 y publicada poco después (1974) en la prestigiosa revista El Urogallo de Madrid. Desde entonces (ya casi desde siempre) he procurado  contribuir hasta donde me ha sido posible con la difusión de su nombre y su obra. Tengo pues sobrados motivos para congratularme con todas estas manifestaciones de renovado interés que concurren en ese sentido.




(Juan Larrea - Carlos Culleré)




      Presentar a Juan Larrea sería ocioso. Su nombre está tan estrechamente vinculado al quehacer cultural y creador del mundo hispano que excedería todo comentario de orden biográfico. Esto no implica, desde luego, que en el desarrollo de esta nota no haga alusión a algunos pasajes de su vida, pero estas obligadas incursiones en el ámbito individual están dictadas por la relación con un contexto y una circunstancia de orden mucho más vasto y trascendente. Con lo dicho agregaré que tengo casi la certeza de reflejar el propio pensamiento de Larrea cuya convicción es la de representar y haber representado un carácter “condensador” de las varias y particulares circunstancias e influencias que a lo largo de su privilegiada existencia personal convergieron. Advertiré, además, que en esta entrevista no habrá de encontrarse el convencional sistema pregunta-respuesta a que tan acostumbrados nos tiene el cliché informativo; la falacia de tal esquema, siempre orientador y tendencioso, con sus preguntas redactadas de antemano y su mecánica de respuestas condicionadas justifica ampliamente no sólo su prescindencia sino su denuncia.
     De este modo las conversaciones sostenidas con Larrea, más bien amables charlas desprovistas de formalidad  y  empaque se concretarán en una exposición aproximativa de su pensamiento que, bien mirado, es el único y auténtico cometido de la entrevista.
      Si bien el objetivo del diálogo radica prioritariamente en el surrealismo, en un acercamiento a sus hombres y obras y sobre todo en un intento de evaluación de lo que el movimiento significó en la cultura de Occidente, la estimación que Larrea propone sería menos comprensible sin referirla al pensamiento global en que se origina. En algunos de sus libros se propone una interpretación honda y singular de lo hispano; su preocupación mayor es la formulación de una respuesta al interrogante del destino último de la humanidad y dentro de ésta, al de la hispanidad.

El Plus Ultra

     Esta visión puede bosquejarse brevemente a partir de la escisión de Occidente en el momento de la Reforma, cuando la España medieval es un mundo subjetivo, cerrado en sí mismo y enfrentado al Mediterráneo, con su eje en Roma. Otra España coexiste que es la Atlántica, la que en su escudo estampa el “Plus Ultra” en una vocación expansionista y universal. El traslado de la capital de Valladolid a Madrid realizado por Felipe II significa la supremacía de la España mediterránea y romana, en una dimensión religiosa. Madrid (cuya etimología la aproxima a la madre) se convierte entonces en el centro de un mandala, centro geográfico sin duda pero también y principalmente centro intemporal. Así como el Norte personifica la Reforma que libera y rompe el orbe católico cerrado sobre sí mismo esta España mediterránea representa la Contrarreforma y ambas corrientes tendrán su máxima expresión en las respectivas obras conquistadoras y colonizadoras en las Américas; la del norte –reforma- y la hispana –contrarreforma. De aquí se siguen evidentemente dos concepciones muy diferentes del mundo y de la vida perpetuadas hasta hoy.
     Para Larrea la resolución última está contenida en el mundo hispano, suerte de agente preparador de las condiciones necesarias para un cambio en profundidad. Dicho cambio supondría, a más de una readaptación de las distintas culturas susceptible de conducir a una sola cultura de tipo universal la renovada vigencia del simbolismo cristiano; simbolismo que, por otra parte, ha profetizado o, si se quiere, anticipado el desarrollo de este largo proceso.
     Así, esquematizado en sus grandes líneas, este panorama permite comprender el reparo inicial de Larrea acerca del surrealismo que, aun cuando apuntó y dedicó su energía mejor a una trascendencia capaz de operar el rescate espiritual de Occidente fracasó, justamente, por su rechazo global de la simbología cristiana, incapaz de distinguir la fundamental diferencia entre el símbolo estereotipado y literal y el contenido aún vigente y velado del mismo.

     También, en su interpretación, jugaron un papel preponderante el individualismo intransigente de Breton y el absolutismo centralista del espíritu francés, factores éstos limitativos en la trayectoria del movimiento. En el transcurso del diálogo Larrea recuerda los antecedentes inmediatos; evoca a Tzara, cuya dimensión humana recorta vívidamente, a Peret, a Desnos, a Eluard, a Picasso, a Marinetti, en fin, señalando por la anécdota o el comentario crítico la situación que cada uno desempeñó. Acompaña sus observaciones extrayendo libros dedicados, primeras ediciones que representan un verdadero tesoro bibliográfico. Reseña la singularidad de su propia actuación, la corroboración a su visión del Nuevo Mundo al haber sido de los primeros en detectar la orientación futura: “El surrealismo, último producto poético del mundo occidental, en su tendencia a su superación futura, indica y revela que el reino de la realidad se ubica en el Nuevo Mundo y se relaciona con el contenido de los sucesos españoles y con su “mito inmenso” (1), declaración que, al confrontarla con lo expresado por Alejo Carpentier, recién vuelto de Europa y empapado todavía del espíritu surrealista, adquiere su total relieve: “Conozco en Cuba –decía Carpentier-a una invocadora de prodigios que posee en su habitación un maravilloso altar. Imagínese usted una especie de estanque de tres metros de ancho, lleno de estrellas de mar, caracoles, conchas, piedras de azufre y de jaspe, en el que nadan peces vivos…Del agua brotan cuatro columnas salomónicas que sostienen una plataforma sobre la cual se yergue una Virgen de Regla -patrona de los marinos criollos- con los pies apoyados en “la bola del mundo”…Sobre su cabeza se abre un cielo azul, poblado de áncoras, naves, trozos de remo, velas, redes, aves y sillas plateadas. Acaso se halla allí toda la plástica surrealista. ¿Acaso se inventaron cosas mejores en el 44 de la rue Fontaine –la casa de Breton? En América el surrealismo resulta cotidiano, corriente, habitual; se le domestica, se le palpa, en la simple proliferación de un hongo…” (2).

El Nuevo Mundo

     Ese surrealismo cotidiano que destaca, con justicia, Carpentier, debía dar frutos dispares en la implantación del movimiento en América. Aparte de la estadía personal de Breton y Artaud en México, del peregrinaje sudamericano de Henri Michaux, de la preocupación de Peret en su Antología de los mitos, leyendas y cuentos populares de América habría que ver en la herencia baudeleriana de “lo nuevo” uno de los atractivos mayores del cuerpo surrealista por el Nuevo Mundo; esta característica es desarrollada por Estuardo Núñez en su comentario: “El surrealismo quiso superar el límite del sueño a que lo constreñía su aliento individualista –vigoroso sin duda en Breton- y buscó campo más amplio y más acorde con una concepción colectivista en el territorio del mito. En pos de él buscó ámbito rico e inexplorado en las antiguas culturas de América: México, Guatemala y Perú; las mesetas mexicanas , el trópico centroamericano o antillano, los Andes sudamericanos y las llanuras amazónicas. Allí estaban intocados parajes inverosímiles y habitantes impolutos que vivían sus concepciones míticas originales creadas por las grandes culturas de América, en nada semejantes a la mitología convencional de griegos y germanos. Y en estas comarcas se proyectaron Artaud, Rousell, Peret, Michaux al igual que expresionistas alemanes como Döblin y Edschmid, el neorromántico Eduard Stucken y el objetivista Arnold Höllriegel” (3).

     La expresión local surrealista se incorporó, no obstante, sin un verdadero proceso de asimilación, permaneciendo casi en todas partes como un producto importado. Un vistazo panorámico y fugaz de sus distintas manifestaciones confirma esta impresión. En Argentina, con los antecedentes de Horacio Quiroga, Roberto Arlt y Macedonio Fernández y la presencia paralela de Antonio Porchia y Jorge Luis Borges se estructura un grupo nucleado alrededor de Aldo Pellegrini entre cuyas figuras más relevantes y derivados puede citarse a Oliverio Girondo, Alberto Girri, Enrique Molina, Raúl Gustavo Aguirre, Emilio Sosa López, Olga Orozco, Alejandra Pizarnik y, en la última generación, a Miguel Ángel Bustos, René Palacios More, Alfredo Andrés, Luisa Futoransky, María del Carmen Suárez, Romilio Ribero, Arturo Carrera (4). En Chile, tras la herencia de Huidobro, Pablo de Rokha y Neruda, en Venezuela Guillermo Sucre, Juan Sánchez Peláez, Rafael José Muñoz, Otto de Sola, Pablo Rojas Guardia, Juan Lizcano, F. Pérez Perdomo y entre los recientes Lubio Cardozo, Ednodio Quintero, José Balsa, Rafael Cadenas; en Panamá Roberto Fernández Iglesias, en Perú Francisco Ponce Sánchez, en Nicaragua Ernesto Cardenal, en Colombia el grupo nadaísta de Cali, en México Octavio Paz y los hacedores de El corno emplumado, en Puerto Rico los integrantes de Zona carga y descarga, con otros muchos que sería largo enumerar y que conforman el legado surrealista actual, entendiendo la etiqueta “surrealista” en su más amplia acepción ya que, como lo anticipamos, todas estas expresiones están lejos de presentar la homogeneidad y unidad interna propias del movimiento. El mismo César Vallejo es figura disidente, caso “único” en la estimación de Larrea, quien desecha terminantemente todo intento de clasificación surrealista del poeta peruano.

     Tal vez, como conclusión, la adjetivación de “fogonazo” aplicada al surrealismo por Larrea sea la más acertada. Un fogonazo que alumbró nuevas posibilidades, removió significativamente la mentalidad creadora y aportó un aliento exploratorio que tiene hoy plena vigencia.





(*) Esta entrevista se publicó en El Urogallo, Madrid, 1974- (nros. 29-30).
(1)- J. Larrea –Del surrealismo a Machu Pichu; cit. por E. Núñez.
(2)- Juan Lizcano: entrevista a A. Carpentier en Zona Franca, nº 11, 2ª época, Caracas, 1972.
(3)- Estuardo Núñez- Realidad y mitos latinoamericanos en el surrealismo francés. Ibid.
(4)- Ibid; nuestra nota Surrealismo en Argentina.
Juan Larrea- Teología de la cultura, Ed. Los Sesenta, México, 1965.
J. Larrea- La religión del lenguaje español, Univ. de San Marcos, Lima, 1951.
J. Larrea- Rendición de espíritu- Ed. Cuadernos Americanos, México, 1943. 2 vols.