martes, 4 de mayo de 2010

La Argentina malograda

De este suelo, un día nación, hoy mero territorio. O de las promesas agostadas en agraz. Siempre. Con una muy extraña pero infalible facultad para desaprovechar todas las oportunidades, peor, para ni siquiera percibirlas. De los tres íconos mayores, proyecciones en la memoria universal e indiscutibles (aunque sí discutidos, cada uno a su modo y sabor): Gardel, Eva Perón y el Che Guevara, todos murieron en la flor de la edad, todos cuando aún faltaba lo mejor y lo mayor por hacer y de las más variadas maneras: accidente aéreo, cáncer, asesinato camuflado. Y antes que ellos siempre los mejores segados y obviamente los peores que se enseñorean y rigen y es éste su país; desde Castelli, Moreno o Belgrano hasta los que terminan fuera, excluídos: San Martín, Rosas. Pero de entre los peores surge de pronto el prodigio de Borges, verdadera anomalía por su origen pero que no alcanza para romper ese círculo de hierro: tras el Nobel sin obtenerlo (en realidad un Nobel sin Nobel, un país sin país, una sociedad sin sociedad, un Estado sin Estado, etc., etc.). Todos tan argentinos en su sino malogrado: todos sin ver la realidad o combatiéndola, que es otro modo de no verla y con el único resultado de acabar haciendo al cabo el juego de las tenebrosas, grises mentes que nos han conformado, por fin, a su imagen y semejanza.
PS: y país de suicidas y de extrañados: los dos mayores escritores del siglo XX, Borges y Cortázar. El primero en un gesto harto elocuente decide ser enterrado en Ginebra; no se puede ser más explícito en el rechazo y el segundo vivió y murió en su exilio parisino. Y no hay que olvidar tampoco a Alfonsina Storni, Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Alejandra Pizarnick. Y fuera ya de las letras si se lee (o relee, que es muy recomendable) la carta de despedida de René Favaloro sólo se puede sentir una humillada vergüenza compartida por este suelo y estas gentes.

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