miércoles, 1 de junio de 2011


Dueño de tu vida





Y mire Vd., tenía yo entonces tan sólo 16 años. Ahora me parece que eso le pasó a otro porque ¿cómo se pueden tener 16 años? Recuerdo aquello pero no recuerdo cómo era ser tan joven. Tal vez porque la tristeza haya acabado ahogando todas las demás sensaciones…sí, seguramente fue un momento muy triste, no sé, más que triste y queda sobre todo esa única impresión. Era como estar preso pero sin cárcel, no tener a quién acudir y a esa edad ¡qué quiere que le diga! ¿Qué se puede saber de nada? Así que me suicidé. Sí, no me mire de ese modo, por supuesto que me salvaron, con lo justo creo yo. De eso me acuerdo bien, del lavaje de estómago, de la clínica. Pero sé que mucho es lo que me contaron y con los años probablemente se ha ido mezclando lo contado con lo sabido por uno mismo. En fin, que me suicidé. ¡Con sólo 16 años! Y todo fue por aquella niña, estaba tan enamorado. Bueno, yo creía que estaba enamorado, tal vez sí…Y ya se sabe, uno recién despierta, como se dice, recién se asoma a las cosas de la vida…eso sí, era muy solitario. Por supuesto tenía amigos, una “barrita” le decíamos, los del barrio, claro y los compañeros de colegio. Sí, tenía amigos pero eran de mi edad ¿qué les iba a contar? ¿Cómo me hubieran podido ayudar? A lo mejor sí, no sé, pero digo que en el fondo, en el fondo verdadero de mí mismo era muy solitario. O estaba muy solo, vaya a saber, seguro que estaba muy solo aunque estaba mi familia, mis padres, mis hermanos y hermanas pero tampoco a ellos les podía contar. Acaso porque creía que se burlarían de mí…qué sé yo, ha pasado tanto tiempo. Mirta se llamaba y vivía cerca de mi casa, a dos cuadras. Era la más linda, la mejor vestida, la más dulce de todas las chicas que conocía. Y nos pusimos de novios, como se hacía, pero ella también tenía 16 años y por supuesto era una pavada pero se ve que yo me la tomé en serio. Bueno, para serle breve, un día me dice que no hay más nada, que lo nuestro se acabó…¡Y hacía dos meses que éramos “novios”! Pero a esa edad dos meses son mucho tiempo, más del que ha pasado para mí desde entonces. Bueno, volví a mi casa destruído y recuerdo que subí al techo a llorar, no quería que me vieran. Y habré estado así, desolado y llorando a escondidas unos cuantos días. Y una mañana, cuando iba a clases, la veo que caminaba delante de mí por la calle y otro muchacho la tomaba de la cintura. Ellos no me vieron, no se volvieron, iban embelesados uno en el otro y ese atrevimiento: ¡tomándola de la cintura en plena calle y en plena mañana! Ahí nomás regresé a mi casa, fui al botiquín del baño y miré en el estante prohibido, ése que mi madre decía que no había que tocar nunca. Y agarré el primer frasco de píldoras, me fui a mi cama, me acosté vestido tal cual y me las zampé todas, así, en seco. De eso me acuerdo perfecto. Y también de que ya no lloraba y creo que he llorado muy poco después a lo largo de mi vida, como si ese recurso se hubiera agotado ahí. Y me habré dormido, nunca supe qué tomé ni más nada hasta que, como le decía, desperté en la clínica y mi madre estaba al lado mío y me dio pena por ella pero más pena me dio darme cuenta de que me habían hecho volver. Sí, muy a menudo he lamentado que me fallara ese suicidio; hoy creo y desde hace mucho o tal vez desde siempre a partir de aquello que fue el acto más inteligente de toda mi vida y eso que me parece que ni siquiera lo pensé un segundo. Acaso si lo hubiera pensado no lo hubiera hecho…vaya a saber. Pero fue lo más inteligente. Y ¿quiere que le diga? Cuando se tienen 16 años me parece que uno no se equivoca como se equivoca después en todo –sabe, sabe muy bien en el fondo por qué hace ciertas cosas tan extraordinarias. Supongo que aquella chica, pobre, fue como el detonante y que yo no podía conmigo mismo, quizás por eso también ella me dejó, se dio cuenta del lastre aunque visto ahora era un juego entre dos chicos pero sí estoy convencido de que yo no podía seguir…Y después todo daba un poco lo mismo, fue yendo a la buena de Dios, un poco mejor y un poco peor pero ya nada fue igual. Pero no era eso lo que quería decirle sino contarle el asunto final y también por qué me encuentra hoy aquí, en esta cama de hospital. Imagínese mi sorpresa cuando, unos días después de haber vuelto de la clínica estaba en mi casa y de pronto llaman a la puerta y voy a abrir y era un policía. Y se toca la gorra con la mano –yo era un pibe pero en esa época la gente era educada- y pregunta por mí, si yo era tal y tal…muy azorado le digo que sí y lo hago pasar para que no estuviera ahí hablando en plena calle. Y muy correcto se sienta y me dice que lo mandaba el comisario de la seccional segunda y yo ni siquiera tenía miedo, el hombre, repito, era muy correcto y amable y lo que sí tenía era mucha intriga. Y sigue diciendo que aunque yo no lo supiera, no lo hubiera sabido, había cometido un delito y ahí lo miré como si acabara de bajar de la luna ¿qué delito? le habré preguntado, no podía creer lo que oía. Y entonces me enteré que “atentar contra la propia vida” –ésas fueron sus palabras- era un delito. Me dijo que qué tenía que decir yo, siempre muy amable, por cierto y yo le respondí que nada, que había sido un accidente, una broma estúpida que quise hacer y salió mal, ya no sé, no recuerdo exactamente. Sí, algo así pensábamos pero por las dudas…terminó el hombre y se puso de pie para irse. Me dio la mano, saludó y se fue. Después supe que mi madre había estado escuchando todo detrás de la puerta, creo que vivían espiándome los pobres, todos ellos, de miedo que tenían a otra intentona. Nunca olvidé tampoco aquello: si Vd. ya tiene bastante con esta vida pues nada, no se puede suicidar ni hacer lo que quiera con su propia vida porque ellos han decretado que es delito. Tanta estupidez en este mundo…y eso son sólo naderías ahora. Naderías pero ¡cuánto hubiera agradecido salirme con la mía entonces! Y qué curioso es todo…a lo largo de tantos años que han pasado he solido repetirme, como una especie de lección, que no iría más allá de cuatro veces esos 16. Vaya Vd. a saber por qué ni de dónde lo saqué pero siempre estuve firmemente convencido de eso. Ahora tengo exactamente 64 años y me viene Vd. a visitar en este sitio y como a despedirse, ambos sabemos que me estoy yendo. Sí, ahí no me equivoqué aunque a veces pienso si no lo habré provocado yo con esta idea fija…Pero ya no importa, no me importa a mí, imagínese si le importará a nadie! Lo único que sé de cierto es que voy volviendo a juntarme con aquel chico de 16 años y es lo único que tiene algún sentido. Y desde luego le agradezco su gentileza y le pido sepa disculpar estas confidencias de un viejo; ya son el único lujo que me queda.








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