miércoles, 27 de junio de 2012

Fondo de ojos (*)

Así se denomina una práctica médica para evaluar la salud visual.


A medida que se envejece (sí, se envejece aunque la época no lo

crea y haya decretado que no existe la vejez, ni la enfermedad ni

mucho menos la muerte. Todos esos muertos por infinitas causas

que se ven a diario en las noticias no son tales sino meras noticias

y veraz información y los que de entre nosotros mueren tampoco

son muertos sino simplemente ausentes hasta nuevo aviso) estos

exámenes se van haciendo más frecuentes y aunque rutinarios no

fastidian menos debido a la aplicación de cierto líquido que dilata

la pupila. Ese fondo de ojos lleva en realidad un nombre más que

pretencioso y nada cierto pero como tantas otras cosas seguirá sin

duda con esa denominación. Porque como ya decimos los ojos no

tienen fondo, son abismos abiertos a último momento por el pulgar

de Dios en el rostro arcilloso de Adán y su función consiste en que

el cuerpo y la mente tengan no uno sino dos agujeros negros para

poder evadirse, justamente, del cuerpo y de la mente. El problema

es lo que hay –o no hay- en esas oquedades vertiginosas: nadie lo

ha podido averiguar hasta ahora y se ha preferido seguir viendo a

los ojos como “espejos del alma” y otras obviedades por el estilo.

Son, en cambio, umbrales a dimensiones diferentes, a espacios de

la locura y el horror pero también de liberación y recreación. Hay

que aprender a usarlos y es éste un largo, tedioso aprendizaje que

nunca está cumplido ni nunca se acabará. Lo que aprendimos ayer

hoy ya no sirve ni lo de hoy mañana. Entrenar a los ojos, al fin de

cuentas, es simplemente tenerlos abiertos pero lograr que no vean.




(*)- De mi libro Fondo de ojos - Ed. Amarna, Córdoba, 2009.









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