sábado, 8 de octubre de 2011

Facebook: ni rostro ni libro



Releyendo Las meditaciones de un paseante solitario (*) se me ocurre de pronto imaginar cuánto le hubiera servido a Rousseau en su lucha contra la “confabulación” enciclopedista este recurso de la tecnología contemporánea; en efecto, hubiera podido denunciar a unos y otros sin tanta zozobra de que hicieran desaparecer su testimonio escrito tras su muerte. Pero en verdad éste es un ángulo de la cuestión distorsionado por exceso de optimismo porque es muy de temer que el bueno de Rousseau se hubiera hartado de “publicar” en cada “muro” y el resultado habría sido todavía más nulo (después de todo no sólo nos llegaron esas Meditaciones sino entre otras obras fundamentales como El contrato…, los diversos Discursos… también sus Confesiones). Es cierto que él fue un extrañado de la sociedad; por propio temperamento y más aún por la deliberada exclusión de aquellos que veían en su persona y obra un escollo y tamaño –obviamente me refiero en particular a los enciclopedistas (Diderot, D’Alembert) y Voltaire a la cabeza. Desde luego no se me ocurre tomar ahora partido por uno u otros, simplemente digo que ésta es la versión histórica con la que debemos forzosamente “componer” la época y el personaje. Lo que lleva casi automáticamente, por mero acto reflejo, a plantearse qué pensarán, a su vez, nuestros lejanos descendientes (si llega a haberlos, que cabe la duda y con mayúscula. Jean-Jacques no tenía este inconveniente para su propia proyección). ¿Qué pensarán, por ejemplo, de lo que se entendía- entiende- hoy por “comunicación”? Acaso la tendencia ya sólidamente establecida –mejor entonces hablar de práctica- en nuestros días se habrá acentuado hasta la mutación en ellos; serán seres que hablarán entre sí por parpadeos, por movimientos labiales inarticulados como los de los peces cuando abandonen (de ahí el boquear) por un instante sus máquinas hoy inconcebibles pero no tanto; el lenguaje actual –gestual y sonoro- de los simios será en comparación con el suyo una pieza maestra de Cicerón o de Bossuet (esta última referencia es, huelga aclararlo, intencionada: el arte de la oración fúnebre). No se trata de un escenario en el más puro estilo del pesimismo futurista sino apenas de un esbozo de lo que ya se ha instalado. Si se considera un instante el “fenómeno” Facebook (prescindiendo aquí de sus otros “congéneres” que no hacen al caso porque precisamente son más o menos el mismo caso) resulta archi evidente que la comunicación no tiene ahí nada que ver y que se trata, en realidad, de un escandaloso abuso verbal adicionado de una estafa conceptual y en última instancia cultural (sí, una más). En efecto, si la comunicación se reduce –se lleva al extremo, por decir mejor- a dos o tres líneas en las que yo –hablante- “comunico” que esa mañana o esa tarde tuve problemas para evacuar (fisiológicamente, no consultas) o fui de compras o bien me llamaron mi hijo o mi nieta por celular para decirme que no vendrían a dormir o cualquier otra noticia de semejante jaez es perfectamente lícito entonces interrogarse sobre el concepto de diálogo y comunicación vigente (1). Ello para no mencionar ya el típico “me gusta” que bordea (o cae de lleno en) el cretinismo puro y simple. Volviendo: cualquier chimpancé apenas entrenado puede hacer click en “me gusta” (por ej. la también clásica banana) y además agregar en un agónico esfuerzo intelectual que sobrepasaría con creces el de sus pares humanos: “mucho”. Otro aspecto interesante (siempre deambulando en este mismo tipo de interés, que algún nombre hay que darle) es el autismo ya denunciado urbi et orbe pero cada vez más acentuado: “Fulano o fulana comentó su estado” (lo que no deja de prestar a confusión: ¿a qué estado se refiere? ¿Será estado patrimonial, feudal, anímico, depresivo, eufórico o acaso el más beatífico y probable, aquel estar in albis?). Y esto no es sino lo más modesto, en su enunciación y más aún en su concepción porque también figura -¡y cómo! el auto bombo más desenfadado, fétido y patético: “Tal comentó la presentación de su libro”, “Cual comentó su charla en el auditorio X” o bien la entrevista o el artículo laudatorio, el propio vernissage, la propia edición del DVD con letra y música imputables también a la propia autoría (sí, alguna palabra alcanza a perforar los gañidos y rebuznos destemplados entre las cuatro notas desafinadas), etc., etc. Es decir: a la ramplonería del cretinismo se suma la egolatría más penosa y caricatural y todo ello envuelto en el autismo más miope y primario.


Ni queda ahí tampoco, qué va. Está también omnipresente otro abuso conceptual y lingüístico descomunal: la noción de amistad. Ni siquiera se trata ya de banalizar el término o desvirtuarlo; simplemente se lo utiliza como señuelo para sórdidos fines cuantitativos (¡qué lejos estamos de la denuncia clarividente de un René Guénon en su notable análisis! (2)) porque habida cuenta de que vivimos justamente en la sociedad cuyo único y solo válido valor (y valga la redundancia) referencial reside en la cantidad (vgr: tal cantante vendió tantos millones de copias /copias aquí es el sólito anglicismo para significar ejemplares/; tantos miles o cientos asistieron a tal evento; tal ciudad acaba de inaugurar el edificio más alto del mundo con dos mil pisos, etc., etc.) la patética orfandad de identidad que es el signo distintivo de la época y el sistema se reconforta así con un renovado –y todavía más prostituído- empleo del máximo axioma al que ha podido llegar: el tanto tienes tanto vales y entonces “tener” amigos se vuelve sinónimo de cotización social (y como se dice en esa otra jerga en boga: “autoestima”). Ahora bien, de un modo algo perverso (pero igualmente experimental, sea dicho en mi descargo y porque, como salta a la vista no hubiera podido hablar de algo sin haberlo conocido así fuera superficialmente) yo mismo hice la prueba: fui sumando amigos-amigas hasta llegar a 200 y ahí detuve la guasa y la impostura (¿debo aclarar que no conocía en realidad a más de seis o siete y aún creo que los más de ellos eran parientes?) pero sí he visto como cualquier otro que hay quienes tienen miles de amigos. Cómo eso pueda ser posible es un enigma que excede el del universo en expansión. Y que no deja de ser paradójico: más amigos y amigas tiene uno más autista y blindado en sí mismo está; la multiplicación de los nombres acaba aboliendo al nombre y la repetición asfixiante de rostros y símbolos que los representan acaba aboliendo al rostro. En Wikipedia busqué el significado del término “facebook” y no lo pude encontrar. Aparte de cubierta o portada (de un libro) no sé qué transmite, si es que transmite algo porque ni face (con, una vez más, sus múltiples acepciones en español) ni book (porque está asimismo book-jacket) tienen nada que hacer en este tembladeral del anonimato auto-confortado. También en Wikipedia se menciona al pasar la presunta (?) participación de la siempre ubicua y honorable CIA en esta empresa. No hay que ser mago para intuir los fines o al menos los que nos resultan más inmediatamente perceptibles (puede relacionarse con aspectos tales como la privacidad, el derecho de autor, esa tan oportuna utilización en los recientes disturbios del mundo árabe y otros que sería prolijo enumerar) pero sí somos todos, en la ocurrencia, aprendices de hechiceros. Y lo que es seguro pero absoluta y radicalmente seguro de toda seguridad es que ninguna música de Dukas vendrá a salvarnos de este sumidero (y los otros a su imagen y semejanza) que nos está tragando como un agujero negro y en el que vamos desapareciendo (los restos de nuestro legado humanista) sin siquiera darnos cuenta.


(*)- Jean-Jacques Rousseau – Les Rêveries du Promeneur solitaire- Éd. Rencontre Lausanne., France, 1968. (Me atengo aquí a la traducción más común aunque para mí sería mucho más apropiado respetar el “espíritu” tanto del título como del contenido mismo en francés habida cuenta que en ese idioma también existe el término méditations. Por lo tanto convendría Las ensoñaciones del (y no de un) paseante…)-


(1)- Aunque parezca ocioso no está de más precisar que no se trata aquí de preconizar un regreso al género epistolar porque como es sabido se trataba de otro fraude, si bien mucho más ingenuo: se escribían cartas para ser leídas en general, no sólo por el destinatario y de ahí lo artificioso del género. Pero hecha esta salvedad no queda menos el otro extremo señalado: en resumidas cuentas y como siempre un justo equilibrio sería lo ideal (y por lo tanto inalcanzable).


(2)- René Guénon- Le règne de la quantité et les signes des temps- Ed. Gallimard, France, 1970.


(NB)- Ni toda tecnología es nociva, por supuesto, pero es forzoso reconocer que en el ámbito específico de la comunicación no abundan precisamente los signos alentadores. La televisión misma, que es relativamente reciente, ya ha demostrado hasta el hartazgo en sus pocos decenios de existencia hasta qué punto ha influido y sigue influyendo de manera negativa: exceptuando unos pocos ejemplos en contrario se ha vuelto el instrumento de distorsión informativa por excelencia y por ende una base para la instauración de otra realidad “virtual” que precedió y vino a añadirse a la ahora imperante. (¿Quién recuerda aquel abortado proyecto de la Unesco sobre el Nuevo Orden Internacional de la Comunicación que concluyó con la retirada de los Estados Unidos de la Organización -porque era vinculante y ahí no había veto posible- seguidos a poco por Inglaterra y Japón logrando así, por ahogo económico, el abandono de esa controvertida iniciativa encaminada a poner coto a la hegemonía en los medios de comunicación a nivel mundial?) Si se suma a ese cariz netamente totalitario el recurso permanente a toda forma de violencia, la exaltación de la guerra y la destrucción, la torpeza y la vulgaridad más consternantes, la sostenida y deliberada valoración de los individuos más bestiales como arquetipos, el desprecio por la vida humana que se acentúa en cada serie y cada película yendo desde los asesinos seriales a las masacres más cruentas, la “desestructuración” provocada por la interrupción constante y francamente sicótica de los espacios publicitarios, la misma publicidad concebida desde la sentina de la más abyecta demagogia y el nivel simbólico más burdo, etc., etc., y sus innegables y cada vez más evidentes repercusiones en el imaginario y las pautas de comportamiento masivos hasta el mismo cine y su reconversión casi exclusiva y excluyente en una industria que no retrocede ante ningún golpe bajo, por bajo que sea; la proliferación metastásica de los gadgets informáticos y la telefonía celular, todos adictivos y con el mismo mensaje asestado una y otra vez: consumir y consumir y considerando que todo lo que antecede no es sino lo más aparente y la punta del iceberg entonces quedan, como decíamos, muy pocas razones para el optimismo, aún el más voluntarista.






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