viernes, 9 de noviembre de 2012

Ojos ausentes, puertas negadas

"Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Si tu ojo recibe la luz, toda tu persona tendrá luz, pero si tu ojo está oscurecido, toda tu persona estará en oscuridad".
Evangelio de San Lucas, 11; 34.

La única vez que te detuviste a mirarme había tanta distancia en tus ojos, tanto indiferente desdén por esta partícula polvorienta que se cruzaba en tu camino. Y esa mirada que duró un instante, apenas un segundo me traspasó de parte a parte, heló mi pecho y suspendió mi aliento. Conozco desde hace tiempo el tormento de no existir para quien fue (en ese momento y luego en ese momento y luego en ese otro momento y así sucesivamente…) toda mi vida y también sé desde siempre el tormento anexo (que viene a complementar el anterior como una especie de toque ultra refinado)  del reconocimiento fugaz, instantáneo y atroz del menosprecio que en un relámpago se resume y confunde con la indiferencia anterior. Sólo dura un parpadeo pero hiere hasta la médula y esa herida queda abierta y socarrada durante toda la eternidad de lo que todavía me toque vivir. Vivir: con el recuerdo de tu mirada ahora, hoy que se suma a todas las otras miradas.  Ésta y aquéllas se condensan, espesan en mi sangre transmutándola en un grito incendiado, en una llaga al rojo vivo. Que te sean devueltas (que les sean devueltas) con creces, con usura las mismas úlceras, las mismas lágrimas, la misma impotente abyección.  Que otros ojos se te nieguen y siembren la desolación en tu alma, que la sola vez que se rebajen a posarse en los tuyos sea para rehuirlos en un mohín asqueado y que otra presencia largamente, agónicamente anhelada  cierre su puerta cuando pases, en tu cara, en tu propia cara para que no haya equívoco, para que sientas y entiendas (para que esas espadas se claven hasta el pomo) que esa puerta se cerró para cerrarte hasta la esperanza de alguna vez albergar la más remota ilusión de hallarla franca. Que así sea y que cuando así sea en tus ojos nublados por el dolor y la ira, por la humillación y el odio aparezca, nítida, recortada y tal como fue en aquel momento mi cara, desde entonces y ya para siempre tu único espejo.

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