miércoles, 16 de noviembre de 2011

El globicéfalo




Globicéfalo: globicephala melas. Odontocete de tamaño mediano con evidente dimorfismo sexual. El nombre se debe a la desproporcionada dimensión de su cabeza.







“Somos lo que hacemos de nosotros, y hacemos de nosotros lo que da la materia de la que estamos hechos”. (*)





Éste es un caso realmente extraordinario. Sin llegar a sostener que es único porque sería sencillamente imposible de demostrar sí puede decirse y lógicamente hasta donde sabemos que no se conoce antecedente. Desde luego no se lo aborda aquí desde el punto de vista médico, bien documentado después y también sumamente raro sino como curiosidad y prueba, una vez más (y una vez más innecesaria) de lo que puede la naturaleza en comparación con la menesterosa imaginación. Lucas (no tiene importancia el apellido) nació y creció como cualquier otro chico. Su vida fue razonablemente feliz hasta la adolescencia y a partir de ahí su vida fue irracionalmente infeliz. Pero hay que precisar algunos detalles: un común hogar de clase media y padres y hermanos comunes, lo que equivale aproximadamente a: gentes algo informadas, algo ilustradas, poco curiosas, mediocres, el padre cerrado en sí mismo, escudando su timidez y miedo enfermizos a la vida y al mundo tras la clásica imagen machista y patriarcal, la madre aquejada gravemente del más ñoño romanticismo de los melodramas en boga en los años 50, en el teatro y mucho más en el cine. Nociones de higiene pero un tabú absoluto en todo lo referente a la sexualidad, que ni siquiera se mencionaba. Así Lucas que había heredado una buena dosis de la ejemplar timidez del padre y de las cacatúas mentales de su madre asistió horrorizado a su primera eyaculación cuando le ocurrió por puro accidente a los trece años. Y no porque no hubiera sentido placer pero habida cuenta de las características apuntadas el goce quedó irreparablemente arruinado por la culpa y la abismal y ciega ignorancia en la materia. Huelga decir que tampoco con sus hermanos –ambos un poco mayores que él- se trataban estos temas y como no tenía ni primos ni tíos ni nadie, en una palabra, a quien confiarse (sus padres ni siquiera eran imaginables) se replegó con su vergonzoso secreto y continuó con los mismos toqueteos, el mismo placer y una culpa cada vez más atroz. Pero su infierno apenas comenzaba. Cuando intentó más tarde, acuciado por la urgencia y tras infinitos rodeos, vacilaciones y temor penetrar a una amiga (un par de años mayor que él y unos cuantos más en sostenida práctica) que se había ofrecido muy complacida -porque Lucas era bastante atractivo- comprobó que no le era posible. Su fracaso y los corrosivos comentarios de la avezada compañera frustrada lo forzaron a una retracción ya casi definitiva. Y sólo tenía 16 años. Pasemos por alto todos los detalles de su vía crucis (la soledad, en primer término; los amigos y amigas se volvieron pronto peligrosos, no hablaban ni pensaban más que en el sexo y en más de una ocasión escapó por un pelo a una encerrona promiscua; el tedio, porque ir a una reunión o una fiesta era siempre una posibilidad muy probable de un encuentro comprometedor; tener que evitar todo deporte porque un gimnasio o una piscina o una cancha de tenis significaban un vestuario y duchas compartidos; el miedo y la incomprensión de porqué a todos los demás o, al menos, a todos los que él conocía les resultaba tan simple algo para él imposible, etc., etc.) y lleguemos a los veinte años y siempre en las mismas condiciones. Lucas crecía físicamente, se desarrollaba pero su pene seguía siendo el de un niño de 10 años. A esa edad Lucas todavía no sabía dos cosas elementales; una, que el órgano que no se usa se atrofia y la segunda: jamás había oído hablar de una fimosis (y mucho menos en su hogar). Y con su tendencia cada vez mayor a eludir la realidad, a culparse por lo que le pasaba y consecuentemente a recluirse más y más se hallaba tan lejos de resolver su problema como al principio. Siguió pues siendo solitario –solitario en su vida y en su sexualidad.




Buscó primero por instinto y después ya como estrategia la compañía de personas mayores y preferentemente ancianas y, obligado como cada quisque a estar y luchar en el mundo, desarrolló una segunda personalidad más social y totalmente falsa. Terminó sus estudios, incluso los universitarios –la prosaica contabilidad- y consiguió un empleo satisfactorio. Se independizó y se fue de su casa –en realidad huyó y con harto alivio- a un pequeño departamento. Ya desde su infancia y seguramente como parte indisociable de su temperamento le había apasionado la lectura; frecuentar a los poetas y escritores suponía ingresar a mundos salvos, que no le pedían ni exigían participación activa y le ofrecían en cambio tantas otras vidas paralelas, sin riesgo, sin moverse de su cama o su sillón. En una palabra empezó a vivir por procuración y si bien eso lo ayudó al hacerle más llevadera su miseria íntima también lo perjudicó haciendo cada vez más alto e infranqueable el muro que lo aislaba de la realidad circundante; en efecto, sus lecturas crecían y se multiplicaban en la misma proporción que se agravaba su recogimiento. Parece que el globicéfalo tiene, entre otras, la particularidad acaso única de renovar constantemente su piel evitando así la molestia de que se alojen parásitos y otros huéspedes indeseables; pues bien, cada libro, cada novela, cada poemario, cada ensayo u obra de filosofía eran para Lucas nuevas y nuevas pieles que impedían la fijación de la parásita realidad pero esa parásita realidad lo hubiera también limpiado de tanto lastre mental y emocional heredado y adquirido y le hubiera permitido salir de sí mismo lo suficiente como para mirar de frente su daño o al menos atreverse a pedir ayuda profesional para ello. No fue así, su propia personalidad y los libros le taparon el mundo y siguieron cegándole para verse a sí mismo, para admitir ante sí mismo lo que una parte suya soterrada y sofocada demasiado bien sabía y le constaba.




Y ahora demos un salto de 25 años. En todo ese periodo Lucas consiguió llevar más o menos la misma vida, anclada además en una rutina de un rigor implacable. En sólo un par de ocasiones tuvo que afrontar la mirada ajena en su zona más sensible y fue en sendas consultas médicas por imposición laboral, es decir, el simple examen de salud obligatorio para continuar trabajando en la empresa. En ambas ocasiones también al tener que descubrirse vio la sorpresa en la cara del facultativo e incluso y para mayor padecimiento la segunda vez le tocó en suerte una médica y fue muy perceptible el asombrado respingo, pero los dos pasaron en silencio esa particularidad y Lucas nunca supo si constaba en su registro personal. Así su buena salud lo protegió a lo largo de todos esos años preservando su condición y al mismo tiempo y nuevamente el supuesto beneficio tuvo también su lado negativo porque acabó de confinarlo en la estrechez de sus propias fronteras físicas. Es evidente asimismo que padeció una verdadera y siempre renovada tortura pues no faltaba nunca alguna muchacha, después alguna mujer que se le acercaban y no pocas veces se le ofrecían abiertamente pero aunque él las deseaba y se desesperaba por ellas sólo tenía su imaginación y su práctica solitaria, ya devenida perfectamente regular y normal. A ello hay que añadir, como no puede ser de otro modo, los comentarios y rumores que circulaban sobre él en la oficina y en su mismo barrio y de los que tenía conocimiento, ya por confesiones bienintencionadas de algunos, ya por haber desarrollado una percepción muy aguda a ese respecto. Pero hacia los 35 años comenzó a perder el cabello y a los 40 estaba ya prácticamente calvo. Este detalle que no es por cierto nada original marcó sin embargo el principio de una extraña metamorfosis: desde lo alto de su frente se dibujaba cada vez más nítidamente una división, primero como una línea y luego como una incipiente saliente alrededor de todo el cráneo. Como todos los cambios físicos debidos al paso del tiempo fue poco menos que imperceptible al principio, luego y muy lentamente se fue marcando más y más pero Lucas no le dio mayor importancia porque ni siquiera molestaba. Para cuando cumplió 45 años la anomalía era ya evidente: su cabeza desguarnecida parecía coronada con otra coronilla, como una especie de boina, que sobresalía de un modo extraño y algo repulsivo. A los 50 años la deformación se había casi duplicado y convertido ya en un verdadero suplicio porque ir a trabajar o sólo salir a la calle o tener que responder las preguntas de gentes indiscretas le resultaba sumamente penoso. Y ello para no mencionar su propia visión de sí mismo como un auténtico fenómeno de circo. Casi sin haberse dado cuenta (o más probablemente sí pero habiéndolo relegado a la última capa subterránea del subconsciente como era su hábito adquirido) el hasta ayer atractivo Lucas se había transformado en una criatura desconocida y grotesca. Vivió hasta los 65 años y cuando murió en un accidente –lo atropelló un camión descontrolado mientras iba caminando por la calle- los médicos que le practicaron la autopsia quedaron estupefactos ante ese extraño ejemplar: un pene y testículos diminutos y una cabeza monstruosa, como duplicada en sí misma. Desde luego estudiaron y consignaron el caso dadas sus características tan especiales pero no llegaron a ninguna explicación satisfactoria. Ni hubieran podido. Porque obviamente no conocían la historia de Lucas, ni su soledad, ni su sufrimiento, ni sus agónicos anhelos e impulsos reprimidos ni tampoco sus vastísimas lecturas y mucho menos la formación gradual , sostenida y solapada de una forma de inteligencia no cerebral, no mensurable, desconocida y que podría llamarse orgánica, una inteligencia agazapada y oscura que trabajó lenta y diligentemente, a todas horas, en alguna ignota región de su interior y que fue creando esa segunda cabeza exagerada fuera de toda proporción para compensar, a su modo y de ese modo, la anormal, aberrante (e inaceptable) insignificancia de los atributos viriles.








(*)- Gisbert Haefs- Troya- Ed. Alfaguara, Buenos Aires, 2006; pág. 458.































































































































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