lunes, 20 de febrero de 2012

Moloc no murió en Fenicia...

“La pensée religieuse –forme de pensée obsessionnelle- soustrait de l’ensemble des événements une portion temporelle et l’investit de tous les attributs de l’inconditionné. C’est ainsi que les dieux et leurs fils furent possibles…” (“El pensamiento religioso –forma de pensamiento obsesivo- sustrae del conjunto de los acontecimientos una parte temporal y la inviste con todos los atributos de lo incondicionado. Así es como los dioses y sus hijos fueron posibles”) (*).


Un hecho reciente insólito y particularmente penoso. En Colombia dos sacerdotes católicos asesinados a balazos fueron encontrados en el maletero de un automóvil. Luego se supo, por la confesión de uno de los asesinos arrestados, que ellos mismos habrían pagado a esos sicarios para que les dieran muerte. Hasta aquí el asunto ya es bastante excepcional pero hay más: estos dos sacerdotes hacía tiempo eran pareja y uno había contraído el V.I.H además de sífilis. Aparentemente habían planeado ya suprimirse pero o habían fracasado o desistido a último momento. Ésta es la noticia, tan sensacional(ista) como singular y que merece ser examinada con mayor detención. Dejemos pues por ahora el ámbito de la crónica policíaca para intentar ver a estos dos seres humanos, aunque sepamos bien que esa intención es ilusoria y/o ficticia y sólo puede estar teñida de subjetividad. Pero, por otra parte, están estos datos reseñados y está también aquello que, a falta de mejor nombre, llamamos empatía y que nos permite (o permite que creamos) percibir por un instante el dolor del otro, la tribulación del otro, algunos jirones de la existencia paralela del otro. Así, previa advertencia, el único camino posible consiste en conjeturar sobre ciertos datos verosímiles. Según el informe estos hombres, jóvenes todavía, eran muy apreciados en sus respectivas parroquias y su malhadado destino causó estupor y pesar entre los fieles. Sí, eran homosexuales. Esta condición, en otros ámbitos, no hubiera en modo alguno supuesto una tragedia aunque sí desde luego la conciencia de una diferencia más o menos asumida, más o menos lúcida, más o menos aceptada o asimilada por el entorno. Pero además y por sobre todo eran sacerdotes católicos. Y en Colombia, que es como decir cualquier otro país de América Latina o España misma. Que es como decir el feudo por excelencia de esta iglesia, de esta religión. Acaso estos dos, cuando seminaristas o antes todavía, monaguillos o alumnos, fueron iniciados por otro sacerdote católico. Es simplemente una hipótesis pero no descabellada a la luz de todo lo que aflora un día sí y otro también sobre el particular. Ahora bien, incluso concediendo lo anterior, no cabe inferir que a ello se debiera (o que influyera en modo alguno en) la orientación sexual ulterior. Porque como es más que obvio se nace homosexual como se nace alto o bajo, rubio o atezado, con ojos color verde o marrón, etc. Haya sido así o no es también verosímil que en el ambiente del seminario o del mismo colegio hubiera existido un clima más que propicio. Pero dejando por un momento estas consideraciones de algún modo tangenciales lo que queda es el gesto en sí, un gesto que en su misma demasía nos está interpelando directamente y que no es posible desconocer, un gesto que en su atroz singularidad está clamando y eso es lo que debemos (es un deber de elemental solidaridad humana, aunque se asuma tarde y a destiempo) entender y escuchar, procurar entender y escuchar. Porque aquí hay víctimas –heridas de muerte mucho antes de haber muerto- y si hay víctimas hay crimen y hay victimarios. Lo que estos dos hombres desesperados y solos en su miseria nos dicen es, justamente, eso: que están absolutamente solos en su desesperación y su miseria. ¿Cómo? ¿No pertenecen acaso a esa iglesia, a esa comunidad? Sí, pero esa iglesia y esa comunidad que los han acogido y formado los desconocen y reniegan luego. En la hora, precisamente, de la necesidad. Porque esa iglesia en la que tanto creyeron practica desde siempre un doble discurso, una doble moral. No sólo consintió sino que fomentó tácitamente–como en tantos otros casos- su inclinación. Cierto, pero de puertas afuera esta misma iglesia condena con toda su demagogia y su soberbia a los homosexuales. Y si condena públicamente a los homosexuales es palmario que en su hipocresía condenará también a los de adentro una vez se hayan hecho visibles para el mundo, es decir cuando en la ocurrencia hayan sido alcanzados por una enfermedad sinónimo todavía hoy de estigma social (antes la sífilis, ahora el sida y en su caso ambas). Y por descontado condenará, aliándose sin reparo ni vergüenza con la moral adocenada y maniquea del mundo, la relación ya no clandestina sino ahora notoria porque esta madre (?) sólo reconoce hijos que no signifiquen un problema. Entonces: ¿qué hacer? ¿Qué queda por hacer a quienes han creído y creen y afrontan el escándalo con la censura y la condena, el exilio y la soledad y que no pueden tampoco quitarse de en medio como cualquier otro? Puesto que esta misma iglesia también les cierra la última puerta: les dice, en efecto, que si se suicidan serán condenados por toda la eternidad y que suprimirse es el peor de los pecados. He aquí entonces el atajo. Da vértigo tan sólo imaginarlo. No me mato yo mismo sino que pago a otro para que me asesine. Es claro que se trata de un sofisma y hasta qué punto pueden haber pecado ellos mismos de ingenuidad al respecto no es posible saberlo. Pero volviendo a lo anterior sí resulta más que meridiano que este último gesto no es en modo alguno ni gratuito ni arbitrario. Dice sin ambages: no soy yo quien se mata sino que soy muerto por otros. Por otros que yo elegí, a los que yo acudí. Es más que verdadero: son esos otros que están antes que los sicarios que jalaron del gatillo, esos otros que de antemano han condenado sin apelación, esos otros que desde siempre viven y medran del sacrificio ajeno; ellos son quienes arman la mano, los que bajan el pulgar en este circo patético. No se debe olvidar este episodio, no se puede: debe constar en el frondoso prontuario de estas gentes. En Colombia, dos sacerdotes católicos fueron encontrados, asesinados a balazos, en el maletero de un automóvil…


(*) -E.M. Cioran- Précis de décomposition- Ed. Gallimard, France, 1980, pág. 188.


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