Cuando enamorado de tu país y de tu música,
de tu lengua, tus leyendas y tu dolida historia
escuchaba y escuchaba tus canciones, tu voz
áspera y nacida de tus tripas, tu énfasis único
e irónico celebrando la vida y los seres todos
y tu talento en todo y esa arrogante prestancia
presencia vibrante recortada tras el fondo gris
de tu pueblo que al cabo fue tu pedestal y por
ti recuperó sus colores y alegrías. Sí, Volodia,
que caminaste en la cuerda floja durante tu vida
aventada sin control y sin mesura, como un don
de los dioses para consuelo de los otros y para ti
una vela que habías encendido sabiendo que se
consumiría en un soplo pero te llevaría consigo
en su rastro de luz surcando ese cielo atribulado
y maravilloso de la madre Rusia, para siempre.
(*)- de mi libro: Ágrafos -Ed. Amarna, Córdoba, Argentina, 2011.
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