Y estaba ahí y los ojos maravillados
y los ojos embelesados
medían cada milímetro suyo
y todo era perfección.
Y a cada perfección que los ojos
arrobados, extasiados veían
se sumaba la idea confusa
y más y más nítida y lancinante
de ser indignos de ver tanta belleza.
Y no era sólo la belleza absoluta
única, perfecta, perfecta, ya ideal:
era también –y tanto- la luz, la luz
que irradiaba de su adentro
de esos sus ojos gris-celeste
hasta de esos sus mismos labios
y también en torno, en su redor
y que me tocaba, esa luz, esa luz
que tenía dedos de amor palpándome
y esa caricia era como no haber salido
nunca del útero, como el regalo
inapreciable de no haber nacido.
Pero no era sólo para mí, esa luz
era para todos y para todo.
Y para ninguno y ese ninguno
era yo, sí, era yo agonizando
de amor a sus pies, pies perfectos
en su luminosidad perfecta.
(*)- de mi libro en elaboración Poemas exactos, físicos y naturales
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