domingo, 12 de diciembre de 2010

Lecturas singulares

En busca de una memoria viva (*)




Al terminar de leer este libro se nos impuso la evocación de obras que, aparentemente, no tendrían una relación específica con él, ya que son algunas de las novelas históricas más célebres (entre otras Sinuhé, el egipcio, Yo Claudio, Quo Vadis?, Las memorias de Adriano, Por siempre Ambar, Los últimos días de Pompeya, la saga de Los reyes malditos, las inolvidables y harto desenvueltas de Dumas padre) y recordamos asimismo esos imponentes “frescos” del siglo pasado, Balzac, Dickens, Tolstoi y tantos más. En rigor esta asociación no era en modo alguno gratuita (si es que pueden existir asociaciones gratuitas) y la evocación fue inducida desde un principio por el título mismo sólo que esas voces que nos llegan del pasado, es decir, que hasta ahora nos llegaban, son justamente éstas nacidas de la pura imaginación y que no dejan de ser –aún en sus mejores exponentes- inexactos y pálidos reflejos. Con todo su motivación esencial radicaba –y radica- en la necesidad de reconstruir o proponer al menos una visión distinta de ese pasado. Contrariamente a la historia con su interpretación parcial, esquemática, centrada exclusivamente en los personajes y hechos relevantes y sobre todo siempre teñida por los dictados explícitos o implícitos de las ideologías dominantes las novelas históricas procuraron restituir una noción de la vida real, cotidiana y prestar una fugaz apariencia a la gente común, aquella que nunca se destacó en nada y que se suponía no dejaba huella alguna o, en el mejor de los casos, que esa huella era desdeñable. Ciertamente el enfoque adolecía de idénticas limitaciones ya que se basaba, por fuerza, en los textos escritos y la historia misma, pero dio una forma al intento y desde este punto de vista su mérito mayor consistió en señalar una ausencia o un vacío. En otro plano ya Unamuno abogaba por lo que él llamaba la “intrahistoria” que, con diferentes términos y una concepción más actualizada, constituye precisamente el tema de este tratado.

Philippe Joutard (especialista de larga, reconocida y fecunda trayectoria) ha llevado a cabo un estudio pormenorizado y sistemático de la historia oral, es decir la tradición (transmisión) del que deriva una detenida consideración respecto del lugar que corresponde a esta disciplina en el seno de sociedades que, como las occidentales, desde hace muchos siglos han conferido un valor predominante y prácticamente excluyente a lo escrito. Se plantea, pues, en primer término la necesidad de constituir plenamente y dar impulso a esta disciplina (algo que, por lo demás, vienen haciendo ya y desde hace unas décadas los norteamericanos, ingleses, alemanes e italianos entre otros) con objeto de que en el futuro pueda colmarse ese vacío al que aludíamos y el historiador, el sociólogo o el etnólogo tengan a su alcance un material fidedigno, no meramente sustitutivo (es decir no necesariamente el pretexto para una “contrahistoria”) sino complementario y susceptible, por ende, de enriquecer y completar la concepción histórica. Material originado básicamente en el recurso a la técnica de la encuesta oral y su grabación. Ahora bien, esta técnica (incipiente, a pesar de su vasta y unánime difusión) está lejos por ahora de garantizar las condiciones óptimas de objetividad, respeto y fidelidad en relación con la palabra del encuestado (a este respecto se analiza a fondo la dinámica “encuestador-encuestado” con todas sus connotaciones positivas y negativas) pero las mismas objeciones valen, desde luego, si se las traslada al texto escrito dado que ambos soportes se resumen inevitablemente en una “interpretación”. Joutard define muy bien esa carga axiológica al decir que: “A la jerarquía sociocultural le corresponde una jerarquía de las disciplinas que remite a su vez a una jerarquía de los documentos” y no es éste, ni con mucho, el único riesgo que entraña la encuesta oral ya que para constituir los archivos sonoros que son su secuencia lógica se han de tener en cuenta multitud de facetas conexas que abarcan desde la confección de la ficha hasta la transcripción, amén de otras de índole más difícilmente ponderable ya que “…el texto es también los silencios, las vacilaciones, las risas, que lo escrito (transcripción) no llega jamás a traducir completamente”. Estos son sólo algunos de los aspectos y problemas inherentes a esta “nueva” manera de percibir la historia pero por lo que llevamos dicho fácilmente comprenderá el lector las posibilidades y perspectivas que se perfilan a partir de la incorporación de pleno derecho de una materia y un acervo semejantes, de tanta dimensión y complejidad: “Nuestro objetivo –expresa Joutard- es entender el discurso que una comunidad enuncia sobre sí misma y sobre su pasado; ese discurso se expresa tanto por la literatura oral fijada como por relatos o muestras de conversaciones sobre la vida económica antigua, sobre los usos, las costumbres o sobre la historia local”. Para llegar a reunir las condiciones que hagan posible esa comprensión queda todavía mucho por hacer y esa tarea ingente es directamente proporcional a la deliberada y sostenida omisión que imperó hasta hace poco. Y valga, como corolario ilustrativo de ello, una anécdota que cita el autor y que extrae de unos relatos de historia y de viaje (Alta Saboya) de fines del siglo pasado (por el XIX). Al preguntársele a un campesino “si no había leyendas en el burgo” tras ardua reflexión éste responde escandalizado: “Ah, sí, había una, hace un tiempo, pero la policía la expulsó”. Más allá de su cómica ingenuidad la respuesta plasma con exactitud la noción quizá confusa pero no menos latente de esa inmensa mayoría a la que se le negó permanente y sistemáticamente la posibilidad de expresarse y que desde ahora y cada vez más puede tener su propia voz.



(*)-Philippe Joutard-Esas voces que nos llegan del pasado. Fondo de Cultura Económica, México, 1986.

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