sábado, 11 de diciembre de 2010

Lecturas singulares

La verdadera morada del judío errante



En este espléndido libro (*) con una esmerada y original presentación a la que se aúna una traducción impecable se recogen 22 cuentos de muy diverso temario cuya unidad está dada (y esto huelga decirlo) por la innegable y característica maestría de Singer. Cada relato es un ejemplo de cómo se debe contar y puede decirse de esta obra ese lugar común que sin embargo no se aplica demasiado a menudo: la sensación de pesar que se experimenta al terminar su lectura ya que se hubiera deseado proseguirla indefinidamente.

Es éste, sin duda, el primero, más espontáneo y mayor homenaje que puede tributársele. Detenerse en cada uno de estos cuentos sería por demás prolijo: en todos está presente esa profunda y particular percepción de la condición humana, ese don auténtico de observación y sagacidad pleno de comprensión, humor e indulgencia. Y ello tanto más habida cuenta de que el autor y sus personajes pertenecen a ese pueblo entrañable que ha pasado por todo y de todo ha resurgido y que encarna, por excelencia, una forma de la memoria común y remota de la humanidad. Esto es, en realidad, lo que nos restituye Singer, intensificado con su deliberado y más que acertado propósito de escribir originalmente en yiddish (y reescribir luego, supervisando la traducción al inglés). Es evidente, o debería serlo, que nadie puede ser ajeno a esta expresión –incluso aquellos individuos y comunidades que llevados de sofismas y distorsiones han practicado y continúan practicando el racismo y el odio- pero los hispanohablantes tenemos muy particularmente razones para una sensibilidad afín, por lo que significaron la presencia y el aporte judaicos en la cultura española, por lo que siguen aún hoy significando esas dispersas y reducidas colectividades que en el norte de Africa hablan todavía un español del Siglo de Oro. A este respecto recuérdese que, a diferencia de las demás lenguas romances (exceptuando, hasta cierto punto, el portugués) la nuestra lleva la marca indeleble del legado semita –sería ocioso insistir en esa otra vertiente de la influencia árabe- y desde esta perspectiva corresponde destacar esa filiación lingüística.

Uno de los cuentos que integran este volumen lleva el sugestivo título: “El bolsillo recuerda”. Muy sucintamente su trama es ésta: un hombre piadoso y observante, un jasid que ha sido enviado a la ciudad para encargarse de ciertas transacciones de su patrón se encuentra enredado de manera imprevista con una prostituta. Está a punto de caer en la tentación de la carne pero reacciona a último momento y huye. Ya de regreso y al rendir cuentas de su comisión se percata de que ha perdido una pequeña suma. Esto le traerá desasosiego porque es una falta a su probidad, sentido del honor y del orden hasta que finalmente y en un sueño descubre –o recuerda- la circunstancia y causa de esa pérdida relacionada con el episodio mencionado. La moraleja es inequívoca. La transgresión (en este caso el olvido de la ley si no de hecho, de intención) lleva aparejada su pena –la pérdida de unas cuantas piezas de oro. La enmienda o la reparación conllevan asimismo la retribución –el cese del tormento moral que esa pérdida provocaba. En otras palabras existe una realidad de orden superior, llámese providencia, divinidad o el mismo sistema natural a la que deben supeditarse los intereses y apetitos particulares. Ahora bien, es sabido que el verbo contar tiene también en español el sentido de adicionar, así como “cuento” es tanto un relato como una cantidad (aunque en este último caso la segunda acepción sea ya desusada).

Y esta relación no es, desde luego, gratuita: el hecho de contar, relatar lleva ciertamente el reflejo de la memoria colectiva, de la historia oral, de las narraciones que partiendo de un núcleo dado se fueron ampliando y ramificando, es decir, se fueron adicionando hasta alcanzar, con el tiempo, su forma definitiva y quedar fijadas por la expresión escrita. Esa característica de acumulación que se ha conservado en nuestra lengua tiene muy evidentemente una connotación económica –la de atesorar- que vendría a ser, en la especie, su sinónimo. Hablamos asimismo del “caudal” de la lengua (su riqueza y afluencia) pero el mismo término se aplica y preferentemente a una masa líquida según su importancia y líquido y liquidez han pasado a la jerga de la economía: su sentido original común está en el verbo fluir. Tomando un atajo y volviendo al punto de partida cabría formularlo así: contar-narrar-atesorar; retener lo que, por su naturaleza, fluye. El arte, toda forma artística es igualmente y ante todo una función económica, entendiendo aquí por economía no tanto la pretendida ciencia de ordenación del dinero, los valores y recursos y su interrelación sino en un sentido más primigenio: la administración rigurosa de las partes que componen un sistema, orientada al fin último y primordial de la perpetuación de dicho sistema. Esta particularidad que presenta nuestra lengua, lejos de ser un mero pretexto, es totalmente pertinente porque viene a poner de relieve el trasfondo de esa enaltecedora lección que nos propone Singer: el hecho más anodino y baladí en apariencia es digno de ser tenido en cuenta porque al fin y al cabo la vida –individual y colectiva- está hecha de esos menudos episodios y anécdotas que se transmiten de generación en generación y que conforman el verdadero sustrato de toda identidad. Esa transmisión es, por ende, nuestra herencia concreta y específica, comparada con la cual carece prácticamente de valor real la otra historia: una sarta de fábulas tejida en el cañamazo de una escenografía ideal.

Por lo tanto y sin exagerar en lo más mínimo puede decirse que la lectura de narradores natos como Singer no sólo nos permite asir y comprender mejor la esencia del devenir del hombre sino que –y esto es lo más importante- nos enseña a reconciliarnos con él.


(*)- Isaac Bashevis Singer -La imagen y otras historias- Ada Korn Editora, Buenos Aires, 1987.
Otras obras de Singer:
El penitente- Plaza y Janés Editores S.A., Barcelona, 1984.
Le manoir- Éditions Stock, Paris, 1968.
Satán en Goray- Ediciones G.P., Barcelona, 1979.
El mago de Lublin- Ediciones Orbis S.A, Madrid, 1984.
El esclavo- Círculo de Lectores S.A, Barcelona, 1979.

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