miércoles, 15 de diciembre de 2010

Lecturas singulares

Burla burlando


Hay dos historias inmediatamente aparentes en este texto (*) que no es un cuento ni una novela breve ni siquiera, en rigor, un relato. Es, parcialmente, todo eso (lo narrado) y en conjunto, tomado en su totalidad, otra cosa. Pues bien, una de esas historias se refiere a las tribulaciones de un poeta empeñado en escribir el poema fundamental; la otra y paralela a su encuentro fortuito en una calle con una mujer. Hasta aquí nada demasiado original, por cierto. Pero simultáneamente subyacen otras dos concepciones que se van desarrollando estrechamente imbricadas con esas historias lineales anteriores (y ese mismo desenvolvimiento gradual y apenas perceptible revela ya por sí solo la notable precisión con que ha sido concebida y realizada esta obra): una de ellas es la exposición de un laborioso, tenaz, minucioso y muy lúcido proceso de introspección, un verdadero tratado de la indefinible interioridad; la otra una indagación y un examen acerca de la creación misma. Las primeras llevarán a la previsible comprobación del fracaso: ni el poema llegará a plasmarse ni la aventura callejera irá más allá de la ilusión de doble faz; su otra cara es la decepción. Y éste es todo el tributo que se paga a lo anecdótico. En cuanto a lo medular se rescatan los, a primera vista, poco trascendentes descubrimientos del autor respecto de sí y del mundo en torno –o esa realidad diferente que es la calle, donde en principio y por definición puede suceder todo y donde, en verdad y esencia, no pasa ni puede pasar absolutamente nada y que, a la postre, desemboca en tres versiones de un mismo sello: el cementerio, la cárcel y el manicomio. O lo que es igual, en otros términos: la calle y nuestra supuesta realidad son, justamente y exclusivamente esas tres posibilidades y sólo esas. También cabe acotar que aquí la calle –ahora desde el punto de vista físico- es un personaje de pleno derecho y primera importancia y la forma de verla y describirla de Gadenne recuerda irresistiblemente esa larga y peculiar tradición de la literatura de expresión inglesa para la cual la casa o el edificio –en una palabra, el espacio físico- es parte indisociable y las más de las veces protagonista de la historia (y recuérdese, sobre todo en este caso por su analogía En la plaza oscura de Hugh Walpole, en la que Picadilly Circus es el personaje central).

En lo que atañe a la otra vertiente señalada, la de la creación, sólo al concluir la lectura se cae en la cuenta de que el poema buscado es, en realidad, el libro en sí. Sería ceder a la comodidad decir que se trata de una prosa poética, aunque sin duda lo es y por ello aludíamos al principio a otra cosa. No tenemos, en verdad, ningún rótulo ni etiqueta válidos para definir la índole de esta obra. Tal vez la forma más adecuada de exégesis sería la glosa pura y simple, dado que, como en el famoso soneto de Lope de Vega, aquí también, burla burlando y a través de todas las vicisitudes, balbuceos y tropiezos se ha llevado a cabo la propuesta inicial apenas sugerida y que tampoco está exenta de esa suave ironía que encierra el hecho de escamotear la habilidad y mientras se va reconociendo y manifestando abiertamente la casi imposibilidad de la empresa se le va dando remate con una consumada maestría.


(*)- Paul Gadenne- La calle profunda- Ed. Per Abbat, Buenos Aires, 1986.

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