lunes, 18 de abril de 2011

Pecios...

Proyecciones en la poesía de Eduardo Jonquières (*)





“Una de las funciones del crítico es ayudar al público literario de su tiempo a darse cuenta de que tiene mayor afinidad con un poeta o con un tipo de poesía que con otros”. T.S. Eliot.




Observando el desarrollo de la poesía en Occidente se advierte que sus expresiones más notables derivan siempre de una idea predominante que tendería al logro de un aliento común (ya que supondrían una suerte de continuidad sanguínea susceptible de ignorar las barreras lingüísticas y sus mundos particulares, como si todas estas distintas manifestaciones –conservando cada una su sello propio- se hubieran nutrido de un mismo legado). Esto es evidente en el siglo XIX cuando el romanticismo consigue por primera vez imponer un concepto de la poesía que, desde entonces, se ha mantenido vigente.



Este concepto: la poesía vista como el “oficio sagrado” –vía o método que puede restituir para el hombre la posesión de sus posibilidades infinitamente enriquecidas (por comparación a las que hoy y a través de toda su historia “oficial” ha detentado) tiende, sin duda, a minimizar otro ángulo en el que ha hecho con preferencia hincapié la exégesis contemporánea: el de la comunicación. En efecto, la postura “romántica” (desde este sentido que estamos señalando y prescindiendo, obviamente, de las connotaciones a que nos remite siempre el “cliché” romántico) opera como una “transmisión” (Tradición) que sólo es asequible al poseedor de la clave, en tanto la teoría que sucede al surrealismo (nítidamente embarcado también en esta dirección) procura que el ejercicio poético asuma la universalidad a través de ciertos postulados comprensibles para la mayoría.



Existen, sin embargo, múltiples indicios que dejan percibir una decisión de “regreso” a las fronteras anteriores; pensamos en los movimientos de poesía “signista”, el poema concreto, la poesía fónica, que se difunden ampliamente y es imposible no ver en estas expresiones una impenetrabilidad creciente que, salvando las distancias, las emparenta con la línea tradicional. Por estas razones cobra una dimensión muy peculiar toda realización poética que haya logrado el difícil acuerdo entre estas dos concepciones de conservación del legado y simbología inteligible para todos.



En esta disposición y desde este planteo intentaremos una aproximación a la poesía de Eduardo Jonquières, argentino con larga residencia en Francia. Un vistazo a su obra destaca, en orden cronológico, La Sombra (1941), Pruebas al Canto (1955), Por cuenta y riesgo (1961) y Zona Arida (1965).



De La Sombra a Zona Arida



Las notas que pueden delimitar el ámbito de esta poesía se centran naturalmente en una que las resume y contiene: un sentimiento de integración y apertura universales muy cercano al que postulaba el grupo de la Abadía pero sin su “lirismo bienintencionado” ya que en Jonquières ese sentimiento integrador no es único sino que sobrevive a otro tipo de experiencia que es la de la separación –es decir la de toma de conciencia de la anulación y quiebra de la unión original.



Significativamente el aliento solidario golpea con fuerza en estos poemas y la angustia de la ruptura es no silenciada pero sí confundida ante ese clamor más enérgico. Esto es claramente perceptible: “Todo es siempre dos/ asomados a la baranda de lumbre/ para ver aglutinarse a los contrarios” (“Otro año”- Zona Arida). Las correspondencias se suceden como una ley de compensación: “En otros astros, otros siglos/ escalan por mí, sufren por mí, envejecen…” (“A otra cosa”- ibid.) y el sentimiento del rechazo, de la expulsión se da como la conciencia lúcida del relegado que denuncia su condición sin resignarse a ella sino más bien revolviéndose en una protesta: “El anillo del secreto se lo guardaron/ Bien guardado: a nosotros, la hierba” (“El silencio de unos cuantos” –Pruebas al Canto).



Este acento se reitera a través de toda la obra de Jonquières como si se tratara de una constante corriente subterránea que nutriera desde su riqueza profunda la superficie polifacética, de múltiple referencia. Pero su punto culminante se resuelve cuando, en lugar de discurrir paralelamente en las capas más hondas, esa corriente irrumpe como un estallido potente: “Tírate al cielo/ Si ya estás usado por la tierra” (“El dedo en la llaga”- Pruebas al Canto). Estos momentos logran alcanzar la máxima intensidad porque simultáneamente al relámpago interior que los determina se incorpora un lenguaje más enérgico y conciso; una breve exactitud que contiene el ímpetu: “Estás en ti/ Como un muñón/ Que todavía duele a ratos”. (“Ni vale la pena”- Zona Arida) y después: “Estoy entrando por la luz con la lengua crecida en la mudez/ con el pie trabado por el grito” (“Chartres”-Zona Arida). Cuando se apacigua el latido el pulso retoma una serena claridad que ilumina con intermitencia regiones inexploradas y rescata esos tramos alumbrados como señales, testimonios del peregrinaje: “Unos son y otros son/ pero ninguno es más alto que su vida/ ninguno es más largo que su sueño” (“Estos y aquellos”- Zona Arida) y también: “Me alimento del que detrás de mí/ ya pasó a diáfano y seguro” (“Como de mí muerto”- Zona Arida).



La destreza con que han sido expuestos estos cortes de la médula vital proviene de un riguroso credo que Jonquières mismo, apartado de la creación para mejor considerarla, enuncia con precisión: “Me gusta que la imaginación más rica se ejerza con el lenguaje más necesario, que el lenguaje se reduzca a su trama, a lo que ya es irreductible a otra cosa…”.



Este concepto puede resumir globalmente su experiencia ya que se encuentra ejemplificado en la mayor parte de su producción. En cuanto al “verse a sí mismo” del poeta destacamos un pensamiento esclarecedor: “Sé que arrastro un (aparente) subjetivismo de corte intimista” que, a nuestro juicio, involucra un elemento más de apoyo para su inclusión en la corriente poética que hemos delimitado anteriormente.



Al señalar sumariamente estas características en la poética de Jonquières se hace evidente la parcialidad del enfoque empeñado en delinear singularmente un aspecto, el relacionado, como ya se anticipó, con la “tradición” poética. De esta actitud no es lícito concluir una intención de simplificación y clasificación a toda costa. Hemos excluido deliberadamente toda referencia o connotación ajena a la interpretación propuesta en principio porque creemos que la función estimativa –y el sentido de este comentario concretamente- debe procurar ceñirse al ángulo de la obra que la relaciona y emparenta con una postulación de la poesía válida universalmente. Lo que resta no es sino la apoyatura a esta clave y, como tal, atendible solamente en una visión de conjunto.



La dimensión del quehacer poético reside en su posibilidad de incorporación a un acento total, dado u obtenido en algunos pocos poemas.



Baste con esta presencia en cualquier instante de su ejercicio ya que son esas encarnaciones, precisamente, las que hemos tratado de aislar en la obra de Eduardo Jonquières: los ecos que arranquen en cada uno constituyen su razón de estar aquí.










(*)- Este artículo se publicó en La Voz del Interior el 4 de abril de 1971.

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